El Ayuntamiento de Elda ha fallado recientemente el concurso de ideas para la Plaza de Toros. En sus bases establecía la exclusividad de su redacción a los arquitectos, individualmente o como jefes de equipo. El objeto establecido en el concurso hace referencia a la «necesidad de definir la ordenación urbanística del área de la manzana en la que se localiza la Plaza de Toros y a la reutilización, según el criterio de los concursantes, de la edificación existente». Lo que conlleva en primer lugar, eliminar la opinión tanto política como ciudadana. Y en segundo, manifiesta una patente contradicción entre los conceptos de ordenación urbanística y edificación existente, uno como objeto urbanístico y el otro como objeto arquitectónico. Por eso esta reflexión tratará de los criterios y carencias con las que el jurado, compuesto en su mayoría por concejales, ha decidido conceder los pertinentes premios, con la certeza de que, en estas circunstancias, la aleatoriedad estaba servida. Y lo primero que hay que decir es que la credibilidad de un concurso está en función de la calidad de su jurado.

Este concepto de exclusividad profesional deriva del menosprecio en el «marco político y legal de la consideración del urbanismo como una técnica derivada de la arquitectura»- Jordi Borja- que se manifiesta desde la convocatoria del concurso, ya que todos los arquitectos no son urbanistas, ni todos los urbanistas son arquitectos.

«Lo urbano va más allá de la ciudad..., la ciudad no es lo urbano, la ciudad es una base práctico/sensible, una morfología.... lo urbano es otra cosa al mismo tiempo social y mental, que no requiere por fuerza constituirse como elemento tangible», o sea, como proyecto arquitectónico desligado de lo social, «...lo urbano es lo que se escapa a la fiscalización de los poderes, que no comprenden ni saben lo qué es» - Manuel Delgado-.

Al limitarse el concurso a requerir un proyecto «exclusivamente arquitectónico», aislado de la ciudad global, se manipula y tergiversa el concepto de lo urbano al confundirlo con la arquitectura de la ciudad qué, como actuación fragmentada no incorpora el concepto de lo social en sus requisitos. De hecho los proyectos arquitectónicos ganadores proponen, casi unánimemente, la incorporación de nuevos usos administrativos: unos culturales, otros lucrativos como centros comerciales, etc; lo de siempre, lo fácil y más de lo mismo, con ausencia total de una reflexión social que identifique necesidades perentorias. Actitud propia de la tecnocracia arquitectónica, que suplanta la vida real del ciudadano al impedirle participar, no en la elección final del proyecto-producto arquitectónico, sino en la inicial elaboración del programa del producto a resolver, eliminando su facultad para la toma de decisiones sobre un espacio público que le será de aprehensión propia.

El Concurso de Elda, como todos los de esta especie, es un fraccionamiento caprichoso de la ciudad, exhibicionista, sin programa público, sin presupuesto y sin ninguna posibilidad de ejecución. «Que haya sido premiado no significa que se vaya a ejecutar», según el Concejal de Patrimonio, dixit, haciendo una declaración de principios-coartada para encuadrar este proyecto en un limbo sin especificar ni dotarlo de medidas eficaces que lo justifiquen. Por todo ello, se convierte en un panfleto manipulador del urbanismo utilizando la arquitectura. «Ahora nos ha quedado un mundo sin urbanismo, solo arquitectura, cada vez mas arquitectura. La arquitectura explota y agota las posibilidades que en última instancia solo pueden ser generadas por el urbanismo, y que solo la imaginación específica del urbanismo puede inventar y renovar»- Rem Koolhaas-.

La ciudad es una obra ciudadana no ajena tampoco a los diferentes trabajos de investigación de historiadores, geógrafos, economistas, sociólogos, ingenieros, demógrafos y también , la incorporación de los sindicatos, trasladando su lucha social al ámbito de la ciudad para, entre todos, aportar toda la información, experiencia, conocimiento y reivindicación ciudadana para lograr una práctica global convertida en práctica social, mediante el contraste político y con el fin de recuperar las plusvalías que la ciudad genera.

Partiendo de esta premisa pueden aparecer proyectos «singulares» dentro de un diseño urbano que contribuya a promover reformas sociales necesarias en pro de una sociedad más justa y solidaria sin descartar, por ejemplo, la inclusión de un programa de viviendas sociales como paradigma de una política paliativa del acoso neoliberal. También de recuperación de suelos públicos que justifiquen una actividad exclusivamente urbanística, para ofrecer a los ciudadanos parte de los bienes y servicios que necesitan para vivir constitucionalmente. Los objetos arquitectónicos ostentosos y aislados solo pretenden reforzar la imagen del poder con monumentos conmemorativos avalados con la participación cómplice del «arquitecto de objetos singulares», la «calatravización» de la ciudad.

La crisis del urbanismo va paralela a la crisis cada vez mas manifiesta de la democracia representativa, papel asumido por el discurso liberal manifestado al disociar la construcción arquitectónica de la ciudad frente a las necesidades y deseos de los ciudadanos, negando al urbanismo la facultad de articular medidas para recuperar la ciudad como construcción colectiva.

Terminamos con A. Fernández Alba, «La ciudad real no es posible realizarla sólo a través de la arquitectura... ya que no es posible redundar en hipótesis de un proyecto total arquitectónico» y finalmente Jordi Borja, «La sustitución del urbanismo por la arquitectura es una regresión en todos los sentidos: cultural, social y política».