Era previsible. Por más que desde el Partido Popular se insista en negar la evidencia, los resultados electorales de Cataluña parecen ser extrapolables al resto del país. Al menos, en cierto grado. La posibilidad ya se avanzaba en los últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y era bien conocida por los populares. Y, esta misma semana, se ha presentado el primer sondeo que sitúa a Ciudadanos como el partido con mayor expectativa de voto a nivel nacional. La batalla electoral aún se encuentra en sus prolegómenos, pero Albert Rivera se sitúa como un firme candidato a gobernar España. Por el momento, ya es el enemigo a batir.

El avance del último barómetro del CIS, refleja que el hartazgo sigue siendo la tónica generalizada en este país. Para el 73% de los españoles, la situación política es mala o muy mala. Aunque la cifra ya justificaría un titular por si misma, el dato realmente llamativo es que la mitad de la población considere que, en relación a los partidos políticos, estamos peor que hace un año. Vaya, que todas esas historias de «renovación democrática», «salvar a las personas», diálogo constructivo y demás monsergas, ya no se las cree ni el Tato. Ni unos ni otros consiguen evitar el creciente desapego hacia la clase política. Aún más grave es el hecho de que uno de cada dos encuestados considere que la sociedad española es poco o nada democrática. Cierto es que la encuesta se realizó a principios de diciembre, un par de semanas antes de las elecciones al Parlament y con las emociones a flor de piel. Desde entonces, el escenario empieza a mostrar algunos cambios un tanto prometedores.

Apenas conocidos los resultados de las autonómicas catalanas, el propio Rajoy tuvo que salir a la palestra para negar la mayor: «los resultados no son extrapolables», afirmó. Y en esas siguen. Pero no solo se trata de pasar página ante el ridículo cosechado el 21-D. El otro problema, aún más grave, era ?y sigue siendo? la contrastada incapacidad para mantener firme el timón cuando está en riesgo el modelo de Estado. El conflicto se va agravando y los populares evidencian que no disponen de un proyecto claramente definido, más allá de palabras huecas y del uso partidismo de los emblemas nacionales. No duden que recurrirán a las concesiones económicas para apagar los fuegos en Cataluña ?como ya ocurre en Navarra y el País Vasco?, aunque este trato de favor incremente aún más el desequilibrio territorial que sufrimos en el resto de España. Para algunos, los separatistas podrán seguir siendo los más malos de la película. Así es sin duda alguna, pero el Gobierno central también ha demostrado una profunda ineptitud que, por supuesto, nos afecta a todos. El momento elegido para celebrar las elecciones catalanas, en un ambiente extraordinariamente enrarecido, es un claro ejemplo de esa incapacidad. Parafraseando a Vargas Llosa, parece extendida la idea de que el Perú ?en este caso, Cataluña y España entera? acabó jodiéndose aquel 21 de diciembre. O tal vez no, que no hay mal que por bien no venga.

Con la anuencia de los otros grandes perjudicados a nivel nacional (PSOE y Podemos), los populares insisten en que lo acontecido en Cataluña no tiene un reflejo en el resto de España. Sin embargo, la encuesta que ayer mismo publicaba El País, muestra una nueva configuración de la política española. Ciudadanos se presenta como la opción preferida por los votantes (27,1%), marcando una sensible distancia con el Partido Popular (23,2%) y con el PSOE (21,6%). Toda la amalgama que configura Podemos, añadiéndole posibles socios como Compromís, apenas alcanza el 15,1% de la estimación de voto. El partido de Rivera encabeza las preferencias en todos los grupos de edad y estratos sociales. Los electores identifican a un partido con un proyecto nacional definido y esta es la principal razón de su despegue. Cierto es que hay un importante sesgo emocional en la encuesta y que aún están lejanas las generales previstas para 2020. Tan cierto como que el español vota con el corazón ?no tanto con la cabeza? y que, por otra parte, difícil será que esta legislatura pueda alargarse durante dos años y medio más. Así pues, concedamos credibilidad a este primer aviso.

Indudablemente, este será un año de cambios. Empieza a definirse un contexto de equilibrios de centro-derecha o centro-izquierda que, en todo caso, debe permitir recuperar la moderación y el sentido común perdido en los últimos años. Habrá que esperar para confirmar si el actor principal acaba siendo Cs, PP o PSOE. Por el momento, todos en juego.

Ciudadanos podrá consolidarse si adquieren madurez, mantienen un discurso concreto y estable, y tienen buen cuidado en cerrar sus puertas a vividores y arribistas. Este último es un riesgo que se asocia, invariablemente, a todo partido con aspiraciones. Otros, como Podemos, van quedándose sin fuelle y se mantienen en caída libre. Pasa el tiempo y se corrobora que no hay más idea que el culto a un Pablo Iglesias que recuerda, por su tendencia a eliminar rivales internos, al mismísimo Rajoy. El populismo se ha perdido en denuncias tan peregrinas como considerar racista la cabalgata de Reyes en Alcoy. Y es que es fácil hacer una oposición de cara a la galería, pero no lo es tanto gestionar correctamente. Vean el ejemplo de Madrid, donde Manuela Carmena debe aplicar aquello de «líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me libraré yo», vistos sus problemas de convivencia con el equipo que teóricamente lidera. Solo les faltaba el renovado interés de Alberto Garzón por revitalizar Izquierda Unida. Por cierto, el mismo Garzón que permitió la fagocitación de su partido, salvando los trastos con un mísero escaño de comparsa ¡Cuántas ilusiones perdidas!

Para los partidos clásicos y ya no tan mayoritarios, el futuro es igual de incierto. Lo del PP solo puede acabar de dos maneras: o borran del mapa a Ciudadanos, o éstos ocuparán definitivamente el espacio de centro-derecha. En nuestra democracia ya hay antecedentes de ello y no sería de extrañar que el ciclo se repitiera. Matar o morir, así que vaya preparándose Rivera para soportar la que le viene encima. Por su parte, el PSOE anda a la gresca y sigue sin levantar cabeza. Uno ya no sabe para quién partido trabaja Pedro Sánchez porque, si bien es cierta su legitimación por las bases socialistas, también lo es la progresiva falta de apoyo electoral y la enorme variabilidad de su discurso. Flaco favor hacen los socialistas alargando su letargo porque no hay recambio para una socialdemocracia que, si bien debe adaptarse a la realidad social en la que vivimos, es imprescindible para la estabilidad del país.

En fin, que como en otras tantas áreas de la vida nos espera un año apasionante. Disfrútenlo y sean buenos.