El esperpento de Puigdemont desde Bélgica pretendiendo ser president por vía telemática es simplemente un capítulo más del sainete independentista catalán, del que no se ha escrito aún la palabra fin. Pero «no se vayan todavía, aún hay más», como decía el Súper Ratón en los dibujos animados. Muchos de los anteriormente correligionarios suyos se están ahora desdiciendo de la vía unilateral, entre ellos la mismísima Forcadell, que ha renunciado para tranquilidad de muchos a presidir el próximo Parlament, decisión de desmarcarse en la que la adelantó Junqueras, lo que considero que hoy por hoy es un palo para el independentismo. Y es que esto de los procedimientos judiciales abiertos está causando una catarsis al estilo de las que ocurrían en los autos de fe. A pesar de ello, ahora hay quienes se esmeran en retorcer la realidad, pretendiendo que Puigdemont se convierta en el máximo representante del Estado en Cataluña, pero sin poner un pie en la misma. Pero ya saben que el ojo del amo engorda al caballo y por tanto no se puede pretender gobernar con mando a distancia a varios miles de kilómetros una Comunidad Autónoma de esta envergadura, a pesar de su potencialidad menguante en empresas y turistas. En todo caso, casi un millón de catalanes votó a Puigdemont en las últimas elecciones, lo que no es poco.

Arrimadas ganó las elecciones en cuanto a número de votantes, pero ni en el remoto supuesto de que se coaligaran las tres fuerzas constitucionalistas tendrían suficientes votos las tres juntas para nombrarla a ella presidenta. No me parece tampoco una mujer de un perfil deslumbrante, pero fue quien con más firmeza y sin cargar con herencias del pasado se presentó ante el electorado con la sana intención de gobernar dentro de la legalidad y del marco legal que provee la Constitución Española. También fue quien había liderado de facto la oposición al independentismo antes de las elecciones catalanas, sin caer en erráticos devaneos hacia el mismo, como hizo el PSOE para sonrojo de algunos, y sin exhibir tampoco la fiereza de una represión policial que, además de torpe y extemporánea a la par que inútil, a muchos les causó terror por recordarles demasiado al franquismo. Fue un error de bulto, que se habría podido evitar mediante la aplicación mucho antes del artículo 155, que curiosamente al PP le imponía más respeto que sacar las porras de la policía a la calle, lo cual no deja de ser sintomático. Y siguen perdiendo votos, lo que no es de extrañar, por ejemplo cuando oímos tediosas explicaciones al estilo de las de la tinta de calamar, como las que dio este partido frente a las acusaciones de Correa respecto de la presunta financiación ilegal del PP de la Comunidad Valenciana. Ya cansan con lo del «y tú más», deberían echarle más imaginación a sus respuestas.