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Vuelta de hoja

Anda suelto satanás

No sé qué pensaría la niña Diana la noche de su muerte, cuando Satanás la rondaba. Sí, Satanás anda suelto

Es de noche. Todas las pesadillas muestran su cráneo pelado de noche. Hay descampados, una luna que no luce y un viento leve que mueve los pasquines pegados en las paredes. Hay sonrisas torcidas en esos anuncios, dramas de papel, tiempo desvencijado. Parece que la noche, en su conjunto, fuera una mueca, parece que todo lo absurdo del mundo estuviera de mi parte, absurdo como esta colilla que acaba de quedarse pegada a la suela de mi zapato. Froto el pie contra el asfalto y unas briznas de hierba rubia se desparraman. Miro otra vez a la luna y vuelvo a preguntarme si tengo miedo. Ni mucho ni poco. Voy camino de casa. Todo es efímero y eterno cuando las sombras y los gatos te observan, cuando hay helechos incendiarios a tu paso. No sé cómo me siento. Creo que formo parte del rio. Estoy ahí abajo y las algas me besan la cara. Huele a gas-oil y a espiga con rocío. Ya queda menos. Un gato maúlla. Un perro ladra muy lejos con el lastimero quejido del que se sabe perro y desamparado. Yo soy humana y al desamparo lo visto de azul. Acaba de enredarse un papel volandero entre mis piernas y no hay nada que desee tanto como estar en casa, en mi laguna tibia de peluches dislocados. Me hago pipi, pero ya llego. Recuerdo a mi madre. Ahora estará durmiendo. Mi madre siempre me mira y sonríe. Mi padre también estará durmiendo. Huele a liquen, a ova y a verdín. A veces los olores son tan insoportables. Pero ya todo se acaba. Creo que lo último que veré en mi vida será un tubo de escape, un trozo de asfalto, un resplandor. Ahora sí tengo miedo. Creo que alguien se aproxima y un forcejeo y un grito que no sé si sale de mí o del inicio de los tiempos y todo es negro?

No sé qué pensaría la niña Diana la noche de su muerte, cuando Satanás la rondaba. Sí, Satanás anda suelto. No sé cuántas mujeres caen al año, como no sé cuántas veces miran, miramos para otro lado. No creo en cerebros enfermos sino en la maldad pura y dura. Desde que soy padre, ahora hará catorce años, se me ha desatado el instinto de supervivencia de los demás, sobre todo de los más desvalidos. Miro a mi niño y pienso en la cantidad de monstruos que pueden cruzarse con él al cabo del día. Miro a mi niño y veo a Diana Quer, porque no hay más empatía que la de creer que todos son mis hijos. Que no lo sean sólo es fruto del azar. Este bestia asesino, al parecer tiene una hija, puede que algo más pequeña que la ondina inocente que se pudría durante más de un año en el fondo de un pozo. ¿Este tipo besaba la frente de su hija para darle las buenas noches? ¿Este tipo pudo mirar a su hija durante un año teniendo escondido el cadáver de otra niña a diez metros bajo el agua? Esto no es enfermedad, es maldad en estado puro. Mentes desatadas a las que le pueden los instintos, que no reparan en gastos a la hora de mostrar el infierno a los demás. Mentes sin remordimientos porque es más placentero el poder sobre los otros, sobre la vida y la muerte, es más placentero sentirse por encima del bien y del mal. Tan placentero que tapa cualquier atisbo de sesgo humano, como la piedad, el propósito de enmienda o el páramo de los remordimientos. Viene Satán de la mano de Caín a imponer su reino. O quizá no se fueron nunca. Pero, ¿de qué nos extrañamos? Hemos visto tanto, hemos leído tanto, hemos padecido tanto que ya deberíamos estar curados del espanto de vivir. ¿Qué es este macabro devenir histórico sino un constante asesinato? ¿Qué son, si no, las guerras, la codicia, el terrorismo, la mafia estatal, la hambruna consentida, la corrupción, la explotación, la destrucción del planeta sino mil manos estrangulando el cuello diminuto de Diana Quer? Un hijo de puta asesino reescribe la historia. Eso es todo.

Este caso pasará, como todos los cientos de miles de casos que llegan y pasan entre las hojas secas del otoño que dejan su rastro de sangre y llanto sobre el asfalto, pero que al final seca. Esto es ser hombre, horror a manos llenas, decía el poeta Blas de Otero. Sí, esto es ser hombre, una constante lucha por deshacernos del demonio que merodea, del diablo que nos habita. Una constante pelea por no ver en la cara de un imbécil sin escrúpulos el fuego del infierno. Sí, a la pobre niña antes de que todo se volviera negro, lo último que le fue dado ver fue la cara de un imbécil con cuernos que apuntaban a la luna.

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