A menudo se abusa de teorías que intentan vender explicaciones sencillas a conductas humanas que, en la mayoría de ocasiones, tienen motivaciones complejas y difíciles de descifrar. Pero, algunas de estas teorías pueden ser útiles para poner el foco sobre cuestiones que no se perciben a simple vista. A finales de los 60 se desarrolló, en el ámbito de la psicología social, la denominada «Teoría de las Ventanas Rotas». Un afamado investigador, Zimbardo, comprobó que, si se abandonaba un coche con una ventana rota en la calle, en pocas horas el automóvil acabaría saqueado y, al cabo de días, parte de la población haría de él un «objeto de juego», pintándolo y dañándolo de diferentes maneras. Lo llamativo es que el experimento, que también se repetiría con edificios o almacenes abandonados, reveló el mismo resultado en barrios considerados pobres, «marginales» o «conflictivos» que en otros de renta alta con bajos índices de criminalidad. Es decir, el estado en el que se encuentra el entorno urbano afecta a las probabilidades de que la gente agreda al propio entorno urbano.

Creo que esto tiene un cierto interés para Orihuela. Durante los últimos tiempos se acumulan agresiones particulares sobre diferentes elementos y zonas vinculadas a nuestro Patrimonio Histórico. El caso más reciente ha sido el del Castillo de Orihuela, donde han proliferado pintadas, basura e, incluso, incursiones en motocicleta. Ante esta situación hay dos respuestas posibles. Una sería la más visceral e inmediata: maldecir a los responsables, desear la más dura sanción y, en un futuro, acabar pidiendo policías, cámaras y alarmas en cualquier rincón de nuestro centro histórico. El clásico discurso de la «mano dura»: pedagógicamente inútil y políticamente peligroso puesto que se corre el riesgo de buscar la «solución» convirtiendo nuestras calles en una especie de Gran Hermano autoritario y ultravigilado.

La otra opción pasa por entender que toda conducta humana se explica, al menos en parte, por el contexto social, educativo, ideológico y político en el que se produce. La idea de «Ventana Rota» nos recuerda que un Patrimonio abandonado se convierte en peligroso «reclamo» para que parte de la ciudadanía acabe dañándolo. Esto no significa renunciar a imponer sanciones cuando sea preciso ni mucho menos justificar esa conducta, sino entender sus causas para atajarlas. Y una de esas causas está, precisamente, en el estado de abandono institucional en el que se encuentra parte de nuestra riqueza patrimonial. Es muy difícil esperar que no haya actos «vandálicos» sobre algunos de nuestros elementos patrimoniales cuando, históricamente, las instituciones han cometido el peor de los vandalismos: la desprotección, el abandono y el olvido. Los mismos poderes políticos y económicos que le perdieron el respeto al Patrimonio local son los principales responsables de «contagiar» a algunos vecinos que acaban haciendo lo mismo a título particular. De alguna manera, las calles de Orihuela son, por sí mismas, una inmensa Ventana Rota. La apatía y descuido que transmite el estado de algunos elementos patrimoniales generan el caldo de cultivo para que parte de nuestro pueblo deje de identificarse con ellos. Por eso creo que, antes que abanderar el discurso de la sanción, sería mucho más útil un Ayuntamiento que actuara dando ejemplo, que es muchas veces, la mejor de las pedagogías. Esto es, implementar medidas para que cualquier persona, sea o no experta en Patrimonio, sepa más o menos de nuestra Historia, perciba con claridad que lo que hay en nuestras calles no son viejas paredes ni ruinas, sino una parte central de nuestra identidad y riqueza colectiva.

Además, esta «ventana rota» aumenta su peligrosidad en la medida en que, desgraciadamente, se sigue apostando por una sociedad cada vez más mercantilizada, individualista y competitiva donde pierden fuerza los valores comunitarios y la noción de riqueza colectiva. En un mundo donde, por encima de todo, prima el beneficio privado, es difícil implicar al pueblo en la defensa de su Patrimonio, cuyo valor reside, precisamente, en que no es de nadie porque es, o debiera ser, de todas y todos.

Lo que trato de decir es que el futuro del Patrimonio de Orihuela pasa por preguntarnos cómo reparar esa Ventana Rota. Qué medidas concretas podemos llevar a cabo desde el poder local para ser ejemplares en la gestión de nuestra riqueza patrimonial y, así, implicar a cada vecino en ello. Y, sobre todo, cómo hacer para que cualquier rescate de nuestro Patrimonio asuma que de poco o nada servirá si se acaba privatizando su uso. Esto excluiría a parte de la población, que dejará de sentirlo como propio. No hay solución mágica, ni rápida, pero un buen primer paso sería crear los espacios para empezar a discutir cómo hacerlo.