A punto ya de finalizar los fastos típicos de las fechas navideñas, y aprovechando esas tardes de siestas, como decía el insigne Premio Nobel, D. Camilo José Cela, de padrenuestro, pijama y orinal, uno se hace varias reflexiones.

La primera es sobre las incongruencias que se ven a diario, especialmente en televisión. Parece ser que la cadena de mayor audiencia en la noche de fin de año fue Antena 3. Hasta ahí todo perfecto. Como liberal que me considero, me encanta que la empresa privada funcione bien, mostrando, además, el absurdo de la existencia de medios de comunicación públicos, especialmente autonómicos.

Lo que realmente me pareció absurdo es que un medio de comunicación que proclama a los cuatro vientos su responsabilidad social corporativa con campañas de toda índole, incluyendo una muy activa contra la llamada «violencia de género», fíe el éxito de audiencia a la aparición de una señora con una vestimenta, cuando menos, de dudoso gusto. Si añadimos a este hecho que la señora en cuestión se dedica a proclamar a los cuatro vientos que ella es muy progre, muy de izquierdas y muy feminista, la incongruencia es más que evidente.

Entonces, me rebatirán algunos de ustedes, sí se hace necesaria la existencia de una televisión pública que sostenga los valores democráticos, la igualdad entre hombres y mujeres, las políticas inclusivas, la lucha contra el acoso escolar y el respeto por la minorías. Pues si se les ha pasado alguna vez esto por la cabeza, no tienen más que ver «Máster Chef Junior», de TVE, cualquier programa del ínclito Juan y Medio, en Canal Sur, o los niveles de adoctrinamiento que puede alcanzar un medio público, en cualquier programa de TV3 (modelo de la rediviva TV Valenciana).

La segunda reflexión les parecerá, quizás, un tanto peregrina, pero creo que viene al caso en un día como hoy y tiene que ver con la desaparición en nuestra sociedad del género literario epistolar. Hace años, durante la Navidad, era habitual recibir en casa un alud de felicitaciones por vía postal. Aunque era ésta una tradición importada de los países anglosajones, no dejaba de ser un grato ejercicio, tanto para el emisor como para el receptor de estas cartas.

El género epistolar siempre ha gozado de buena salud en España. Su máximo exponente, sin lugar a dudas, fue José Cadalso, con su obra Cartas Marruecas. La obra, escrita en el siglo XVIII y enmarcada en el movimiento literario de la Ilustración Neoclásica, o Neoclasicismo, consta de noventa cartas escritas por tres personajes: Gazel, un marroquí que viaja por España; Ben-Beley, el maestro de éste, que permanece en Marruecos; y Nuño, un español que acompaña a Gazel en su periplo por España. En Cartas Marruecas, Cadalso hace una crítica de la nación española y su pérdida de influencia política, científica y económica, que ya había reflejado Quevedo en alguno de sus sonetos y que sería retomado por los componentes de la Generación del 98, tras la pérdida de nuestras últimas colonias.

No digo que esas felicitaciones navideñas tuvieran la calidad propia de nuestra tradición literaria, aunque algunas sí la encerraban, pero al menos exigían una reflexión que implicaba pensar algo y plasmarlo por escrito, con el consiguiente ejercicio mental que ello conlleva. Hoy en día las felicitaciones son por Whatsapp y el intelecto necesario para enviarlas es equivalente al desplegado por Cristina Pedroche para triunfar en su fulgurante carrera como presentadora de televisión.

Pero no seamos pesimistas. No todo está perdido. Aún nos quedan los niños, que para un día como hoy han preparado todos sus cartas a los Reyes Magos. La lástima es que, al paso que vamos, será lo único que escriban en un año; pero algunas son realmente exquisitas. Les reproduzco a continuación, a modo de ejemplo, la carta de un niño ilicitano a Sus Majestades.

Queridos Reyes Magos:

Este año los ilicitanos hemos sido muy buenos. Hemos pagado nuestros impuestos, muy altos por cierto, sin rechistar; y eso que lo que recibimos a cambio, especialmente en el campo, deja mucho que desear.

Por eso os pedimos, no precisamente esta noche -que ya nos traen muchos regalos- sino a lo largo del año que ahora comienza, lo siguiente:

Que nuestros representantes luchen por las infraestructuras que necesitamos, sin partidismos y sin buscar sólo la medalla.

Que las áreas de cultura y turismo, aunque sean de partidos diferentes, trabajen a la par (sois magos, vosotros podréis conseguirlo).

Que se preste atención, además de a la industria, al resto de sectores productivos de la ciudad, incluida la agricultura (por favor, Majestades, necesitamos agua).

Que las políticas sociales sean dignas de su nombre, no parches o limosnas, y que se tenga en cuenta lo importante que es la educación para la ciudad.

Que se trabaje por una verdadera vertebración de Elche, integrando el núcleo urbano con la ciudad difusa que conforman las pedanías.

Que podamos tener un espacio urbano más limpio, más bello y más sostenible, pero de verdad, no con propaganda.

Que el equipo de gobierno cumpla sus compromisos de participación y transparencia.

Esto nunca lo dijo Camilo José Cela, pero me imagino que, tras leer esta carta, su profunda reflexión sería algo así como «joder con el niño».