Solía encontrarme con Ramón Climent Jordà -fallecido hace unos días en Villajoyosa a la edad de 97 años- durante el tiempo que residí en La Vila en los primeros años de este siglo. Cuando le conocí hacía ya bastantes años que se había jubilado de la empresa en la que yo trabajaba por aquel entonces así que cuando coincidíamos me gustaba preguntarle por el pasado de esta empresa y sobre cómo era la vida durante la dictadura franquista. Al tener ambos el vínculo de la misma empresa, y pesar de que la comida de navidad siempre me pareció un evento muy aburrido al que no tenía más remedio que acudir, saber que le iba a volver a encontrar, y por tanto charlar unos minutos con él, fue siempre un aliciente para no perderme ninguna de ellas. Vestido siempre de manera impecable y con su pelo blanco cuidadosamente peinado, cuando nos encontrábamos en alguna calle de La Vila venía hacia mi con su mano tendida para estrechar la mía al tiempo que una gran sonrisa iluminaba su bronceado rostro. Por aquel entonces frisaba Ramón Climent los 80 años y a pesar de los casi 50 que nos separaban aquellos breves encuentros aquí y allá fueron suficientes para crear una amistad que yo siempre procuré mantener. Cuando después de unos minutos de charla Ramón hacía ademán de despedirse yo solía agarrarle suavemente del brazo para preguntarle cualquier cosa sólo por el gusto de oirle hablar. Su conversación, mezcla de bromas teñidas de un humor blanco y de un gran sentido común, me alegraba el día en una época anodina y complicada para mi producto de las habituales envidias e inevitables chismorreos que abundan en algunas empresas y en las poblaciones pequeñas.

Natural de la localidad de Sella, fue Ramón Climent uno de esos cientos de miles de españoles anónimos que durante la dictadura franquista lucharon lo indecible -cada uno lo que pudo- para que la democracia regresase cuanto antes a España tras el golpe de Estado de 1936. Personas anónimas que han ido desapareciendo poco a poco en el anonimato pero que sin cuya lucha y entrega el regreso de la democracia hubiese sido mucho más difícil dado el poco interés que los herederos del franquismo tuvieron en que las libertades y una Constitución votada por todos los españoles regresasen a España. En un tiempo en el que tener inquietudes políticas pro democráticas podía suponer el despido de tu trabajo y muchas dificultades para encontrar uno nuevo, Climent hizo posible la fundación del PSOE en Villajoyosa en plena dictadura franquista, celebrando en su propia casa las primeras reuniones clandestinas de comprometidos con el socialismo que hubo en Villajoyosa.

Trabajó desde muy joven en la principal empresa chocolatera del pueblo y creo que su vida ha sido para muchos -al menos para mí- sinónimo de honradez y saber estar. Ahora que la campechanía se confunde con chabacanería, hablar con Ramón Climent suponía siempre un momento de tranquilidad pero también de aprendizaje gracias a su tono pausado y tranquilo muy alejado de esa repelente costumbre que tienen algunos de confundir el diálogo con hablar a grito pelado. Conduciendo su camión -un Barreiros Saeta- con el que hizo innumerables veces la ruta a Málaga por encargo de su empresa, contagiaba su simpatía a todo aquel que le conocía. Muchos directivos de empresa que se consideran grandes expertos en todo pero que en realidad lo son en nada deberían aprender de personas como Ramón Climent que, a base de esfuerzo y simpatía, fueron el puntal básico para que las empresas españolas pudieran superar poco a poco la devastación que supuso la Guerra Civil.

Hablé con él algunas veces sobre su compromiso con la izquierda política, con el socialismo, y todo lo que me contó de la lucha por el regreso de la libertad y la justicia a España estaba impregnado de una pátina de sentido común y de una ausencia absoluta de revanchismo. Cada vez que me encontraba con Ramón Climent pensaba dos cosas. Una, que gracias a personas como él, y a pesar de la feroz represión que trajo la dictadura franquista, continuó latente en España el espíritu de libertad que representó la República de 1931. Y la segunda era que Ramón Climent parecía saber algo que yo desconocía y que le provocaba ese estado de alegría y optimismo que siempre tenía cuando nos encontrábamos.

Cuando hace unos días leí en la página web del Diario INFORMACIÓN la noticia de su fallecimiento sentí una profunda pena. Levanté unos segundos la vista del ordenador y me imaginé a Ramón viniendo otra vez hacia mí con el brazo extendido para darnos la mano como solía hacer cuando nos encontrábamos en las calles de Villajoyosa. Pero esta vez no venía para saludarme sino para despedirse. Mi amiga Ángela Sellés me ha dicho que bastantes años después de haberme marchado de Villajoyosa, Climent seguía preguntando por mi cada vez que la veía.

Socialista comprometido, valiente opositor al franquismo, excelente conversador, siempre elegante y con aquella gran sonrisa de recibimiento. Así es como yo le recordaré.