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Joaquín Rábago

Precariado

Escuché el otro día el testimonio de un nuevo taxista en uno de los pocos programas de radio que, a pesar de una publicidad cada vez más invasiva, merecen aún nuestra atención.

Contaba su historia personal que es sin duda la de tantos otros españoles: había trabajado casi treinta años en una empresa, que acabó vendida a otra extranjera.

La empresa en cuestión arrojaba beneficios, pero el comprador llegó a la conclusión de que ésos serían todavía mayores si trasladaba la producción a China, como finalmente hizo.

Los trabajadores españoles perdieron su empleo, y quien relataba lo sucedido dijo haber aprovechado su indemnización, mucho menor en cualquier caso que la que por derecho le correspondía, para comprar una licencia de taxi y "reiventarse".

Nuestro hombre tuvo suerte dentro de lo que cabe y se convirtió de la noche a la mañana en uno de esos autónomos, aunque por la fuerza de las circunstancias, que tanto elogia el Gobierno, pero muchos de sus compañeros acabaron sin duda en el paro o convertidos en carne de de precariado.

El precariado, ese proletariado de nuestros días, como lo definió en su día André Gorz, no parece por desgracia provocar últimamente tanto escándalo en muchos de nuestros compatriotas como, por ejemplo, la presencia de la llamada "carroza de la diversidad LGTBI" en una de las cabalgatas madrileñas de los Reyes Magos.

Al conocerse esta última noticia, las redes sociales se incendiaron con argumentos a favor y en contra de esa iniciativa de la izquierda más marchosa que tanto parece haber provocado a un importante sector de la población sin seguramente ayudar a la causa que se pretende.

Mientras se malgasta de ese modo la poca pólvora que queda, crece la desafección política y parecen cada vez menos los ciudadanos dispuestos a movilizarse en protesta por las externalizaciones de empresas, la precariedad laboral, los recortes sociales o una desigualdad cada vez más escandalosa.

Las clases trabajadoras e incluso la cada vez más desclasada clase media se sienten crecientemente desamparadas por unas elites a las que ven como ajenas a sus preocupaciones e interesadas exclusivamente por problemas identitarios, bien sean étnicos o de "género".

En otros países, en Estados Unidos, por ejemplo, eso es lo que ha dado lugar al fenómeno Trump, que tanto nos cuesta entender a los europeos. Pero también en la vieja Europa podríamos acabar siguiendo el mismo camino, de persistir la izquierda - es decir, lo que queda de ella- en su actual ceguera.

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