La publicación del libro Fahrenhait 451 (por aquello de que es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde), supuso un acontecimiento editorial que hizo ver, tras la ciencia ficción, que el argumento predecía el futuro cuando en realidad lo que pretendía su autor, Ray Bradbury, era tratar de impedirlo. Un futuro que la novela profetiza de una tecnología que nos abocaría a un deterioro de la sociedad en cuyo seno la reflexión y la lectura apenas iban a tener cabida al ser sustituidas por una vida acelerada y superficial.

Lo cierto es que Bradbury fue un furibundo tecnofóbico contra los avances tecnológicos aunque acabó permitiendo publicarlo en formato digital. El hombre tuvo razón en parte de sus críticas, ya que estamos mejor conectados pero con un nivel de incomunicación mayor. Conversar desde la escucha activa, leer (aunque sea en soporte ebook), disfrutar de la reflexión sosegada... son placeres que han sido arrinconados por las prisas y la necesidad de una comunicación fugaz. No es comparable una o dos líneas en el status del Facebook a la mirada cómplice y la sonrisa abierta cuando se comparte un café en el bar de la esquina. Creo que nos estamos quedando en la superficialidad del «hola qtl».

Uno de los protagonistas del libro logra escapar de quienes se han organizado para la quema de libros con el objetivo de destruir el interés no solo por la literatura sino por desterrar el espíritu crítico. Y en su huida descubre en el bosque a otras personas que, como él, habían huido de una sociedad que les impedía pensar con criterio propio. Bradbury no podía imaginarse mejor las consecuencias de una sociedad atosigada por la ebullición consumista que nos dificulta enormemente salir de su círculo vicioso.

Detrás del odio a la letra impresa en la novela, se esconde un proyecto de ejercer el control en las vidas de los ciudadanos. La misión de los bomberos pirómanos es evitar que haya individuos que destaquen intelectualmente para lograr una igualdad de saberes, uniformando a la baja la capacidad crítica y de pensamiento. Hoy recordamos la profecía de Fahrenhait 451 cuando se fomenta un espíritu acrítico colectivo que digiera mansamente las injusticias estructurales cuyas consecuencias nos afectan cada vez más cerca.

En nuestro siglo XXI no parece que tenga sentido la quema de libros. Pero mucho antes de que se escribiera esta obra visionaria, la historia nos recuerda que ha sido una práctica universal para cercenar el saber de otros en beneficio del poder propio. Como ejemplos, la quema de la biblioteca de Alejandría por el emperador Diocleciano. Savonarola se hizo tristemente famoso por sus «hogueras de las vanidades» y los nazis quemaron los libros de autores judíos y de quienes disentían de su régimen como elemento purificador de la nación alemana. Bastante más cerca, los falangistas (el partido fascista de España) participaron activamente en la destrucción de libros por unos motivos muy parecidos. Para demostrar que se era un buen español, había que ir a ver como incendiaban los libros en tanto que la censura hizo cosas ridículas, como a Caperucita Roja llamarla Caperucita Azul.

Para muchos, Fahrenhait 451 es una novela distópica pero lo cierto es que al final de la narración son los «hombres libro» los únicos que sobreviven; un símbolo claro del triunfo del saber sobre la verdadera ignorancia. La pena es que demasiada gente sigue sin leer nada o casi nada al cabo del año.