Me pasa al revés que a Sabina: sí soy muy aficionado a las Misas de Réquiem, aunque tengo un problema. En el universo mundo hay tres clases de maniáticos: los poco maniáticos, los muy maniáticos y yo. Mientras que los que tienen manías del montón no piensan que éstas les vayan a arruinar la vida, los que somos yo pensamos que los astros se confabulan, que ya no hay nada que hacer y si algo no te ha funcionado una vez será mejor que no pongas a prueba al Destino. La música que más me gusta en el mundo es la Lacrimosa y el Dies Irae del Réquiem de Mozart, el problema es que tengo que escucharlo únicamente en mi cabeza, puesto que una vez oyéndolo tuve un percance y desde luego no me lo pondría en el equipo de casa ni en el ipod del coche. Nunca. Jamás. Si algún mal día se me olvidan sus notas habrá muerto para mí.

Silenciosamente entonces quiero entonar mi Réquiem mudo por Coepa: la vi en sus primeras etapas infantiles, cuando apenas gateaba; contemplé cómo crecía y se rebelaba contra sus hacedores, que para eso los adolescentes tratan de matar la figura paterna; seguí sus pasos firmes y adultos incluso cuando se metía en camisas de once varas y quería comerse su tostada y la del vecino y he contemplado no sin dolor su agonía y su muerte anunciada. «Dies irae, dies illa/solvet saeclum in favilla», o lo que es lo mismo: «Día de la ira, aquel día en que los siglos se reduzcan a cenizas». Ya llegó ese día, pero no sonaron las Trompetas del Apocalipsis, simplemente el médico firmó el certificado de defunción, un trámite de lo más burocrático para quienes tanto fueron como aparentaron.

Aunque no sé si sería mejor, ya que mi religión me prohíbe oír Réquiem en vano, ponerme el disco de Ravel que compuso una «Pavane pour une infante défunte» muy potable y que, convenientemente ajustada puede aplicarse a una patronal difunta, aunque no salga juego de palabras, que bastante han jugado con ella en los últimos tiempos. Porque Coepa no ha muerto sola, ni fruto de la casualidad, han hecho que pareciera un accidente pero hay culpables con nombres y apellidos que se aprovecharon de la infeliz doncella y después de preñarla se desentendieron de su paternidad.

Es verdad que en el norte de ésta/su Comunidad se han frotado las manos viendo el cadáver y que mucho no es que haya importado a los empresarios de aquí su deambular cansado y torpe de pedigüeña que apenas ha recogido unas insuficientes limosnitas en su pañuelo de hierbas. Al regazo de la patronal, cuando era un refugio cálido y dadivoso, acudieron cuan moscas a la miel los que en sus momentos finales no tuvieron para ella ni un «ahí te pudras», algo que no debería extrañarnos porque la lealtad no es una de las virtudes patrias y menos aún cuando nada aporta más que ruinas y quebrantos. Bien se arracimaban cuando los frutos eran pródigos y se podía conseguir bien un contratito, o una influencia con la Administración o un puesto en el Consejo de Administración de la CAM o, en algunos casos, la siembra del temor en las filas enemigas agitando espantajos, que de eso ha habido. Y más. De hecho algunas fortunas en Alicante mal se entienden si obviamos el papel que representaron en la patronal algunos personajes. Y no daré nombres así me amenacen con atarme al sillón mientras proyectan una película de Pajares y Esteso.

Coepa nació sin dinero, que yo estaba por sus alrededores en los tiempos casi menesterosos de Pepe Llorca, y ha muerto por el dinero, por la cultura del ahora os subvencionamos para que seáis buenos y no nos causéis problemas. Y por fiarse de la Administración, que cualquier Administración sea del signo que sea, es generosa para prometer y avara para realmente dar. Y, sobre todo, que hacer caso de un político cuando te dice tú ve gastando que luego yo estaré para apoyarte es una forma de suicidio tan eficaz como pegarse un tiro con una escopeta del doce.

La patronal ha muerto y pocos la llorarán, a otra cosa mariposa y si te vi, no me acuerdo. Incluso los que han medrado en sus alrededores bien que salieron disparados hace tiempo, no fuera que les tocara algo, aunque fuese el halo de la desgracia. Pero no merecía un final tan poco edificante un edificio que construyeron algunos prohombres de Alicante como Llorca o Isidro Martín o Emilio Vázquez Novo o Montes Tallón o Joaquín Rocamora. Como los recuerdos son caprichosos, permítanme que me quede con los buenos y prescinda de los malos, que también los hay en cantidad y no sólo presidentes, ni mucho menos.

Me temo mucho que la pérdida de la patronal se une a tantas como hemos sufrido en Alicante y que nos dejan a los pies de los caballos valencianos. Nada tiene que ver el glorioso final del siglo XX y la primera década del XXI en Alicante con lo que ha pasado y con lo que está por venir. Lo dijo bien Manrique: «Cuan presto se va el plazer/cómo, después de acordado, da dolor/ cómo, a nuestro parescer/cualquiere tiempo passado fue mejor». No es por hacer de abuelo Cebolleta, pero no se olviden ni que quienes fuimos ni de a lo que hemos llegado ni por culpa de quienes sucedieron unas cosas y otras.

Suerte en el 2018, recuerden que cada día tiene su afán y procuren exprimir todo su jugo hasta que les llegue su propio réquiem.