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Mercedes Gallego

Opinión

Mercedes Gallego

Vulnerable

Tengo el cuerpo como si hubiera corrido la maratón de Nueva York siete veces y después me hubiese pasado una apisonadora de arriba abajo y de abajo arriba unas cuantas más sin respetar una sola articulación. Ya quisiera yo contarles que este malestar generalizado es fruto de una noche de farra y desenfreno. Pero no. Tan lamentable estado son los coletazos, espero, de una gripe cuya virulencia me ha sorprendido tanto como me ha noqueado. Lo que iban a ser tres días de subida y otros tantos de bajada se han convertido en casi dos semanas de una montaña rusa de fiebres, toses, dolores varios, desesperación, bajón anímico y malhumor. Unas sensaciones, las últimas, que se repiten siempre que la salud se me tambalea, por pasajera que sea la dolencia. Toda la energía, la valentía y el genio del que hago gala cuando el cuerpo me responde se transforman en debilidad, inseguridad y flaqueza cuando se bate en retirada. Un cóctel peligroso si en lugar del encamarte y olvidarte del mundo hasta que tus constantes vuelvan a sus trece pretendes seguir haciendo vida normal en un intento, puedo asegurarles que frustrado, de que la enfermedad no te afecte a fuerza de ignorarla. Algo así como cuando ante un ruido que no sabes de dónde viene metes las cabeza debajo de las sábanas para ahuyentar el miedo.

Pero esto ha sido hasta hoy. Salvo que el virus sea más tozudo que yo, cosa que no descarto, no estoy dispuesta a recibir 2018 con este cuadro de vulnerabilidad que, aun sin ser supersticiosa, no me arriesgo a que impregne el resto de los meses del nuevo año. Así que en pijama o en traje de noche, con pantuflas o con tacones, con el termómetro o con un matasuegras, las doce campanadas me las pienso tomar con uvas, aunque ya tenga preparados los doce ibuprofenos.

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