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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

El filósofo de bar

En la vida hay familia, amigos, y conocidos de bar. Yo soy muy de conocidos de bar: gente que se sienta en la mesa de al lado a tomar su café con leche, todos los días, y con el que sueltas latiguillos y sentencias sobre lugares comunes (la prepotencia del Madrid, la caradura de algunos políticos, la alerta naranja por la borrasca...), con la confianza que da el que no haya ni lazos de amistad ni relación consanguínea. No hay prestigio que defender, ni máscara que proteger, así que cada uno dice lo que le da la gana o le apetece, mientras apuramos la ensaimada con el café y terminamos de ojear el periódico.

De mi conocido de bar preferido no sé ni su nombre, ni su edad, ni si está casado o si es gay (o ambas cosas). Tampoco sé si es funcionario de sanidad de la comunidad autónoma, jefe de negociado en una empresa de cartonajes o sargento primero de la guardia civil. Solo sé que en esa media hora que compartimos de vez en cuando a primera hora de la mañana somos libres de decir lo que nos dé la gana, y de soltar el chascarrillo que más nos apetezca, sin rendir cuentas a nadie. Aunque hay veces que hay reflexiones más profundas...

«La navidad tarda uno en entenderla» ?me dice, mientras mira imágenes sin voz en la tele de la cafetería. «Y cuando la entiendes, se te ha pasado el arroz. Salvo que seas niño, todo parece que llega a destiempo. El colmo de todo esto es la Nochevieja: te pasas media vida deseando que llegue y que te cambie la vida, y otra media rezando porque pase cuanto antes y sin novedad en el frente. Con esas expectativas tan altas (buenas o malas) casi siempre defrauda, a los que esperan mucho de ella (adolescentes, ilusos, más que ilusos?) y a los que no esperan nada. Ni es tan magnífica ni tan deprimente. Se queda en algo a medias, un poco indeterminada, ya vista (tiene algo de «ya estamos aquí, otra vez?»). La misma comida (qué más da que sea cordero, pavo relleno, redondo de ternera, carne mechada: a mí todo me sabe igual), el mismo cuñado enfrente en la mesa, el mismo mejunje musical?» (yo asiento, con media sonrisa, mientras paso a la sección de nacional/internacional del periódico: lo bueno del conocido de bar es que no es necesario ni mirarle a los ojos, basta con darle alguna señal de que le estás oyendo, sin más). Tras una pausa, continúa:

«En 2017, no hice nada de lo que me prometí. Ni soy más tolerante ni menos impulsivo ni peso menos ni me ha bajado el colesterol. Sigo oyendo la misma música de siempre, no he encontrado ni un minuto de tiempo para leer poesía, no he mejorado mi inglés, sigo siendo igual de clásico en el vestir. Pienso lo mismo que pensaba (la socialdemocracia está de capa caída, el nacionalismo es un cáncer, los bancos tienen la culpa de todo, Beyoncé está guapísima, Jorge Javier Vázquez sigue igual de inaguantable) y hago lo mismo que hacía (me da pereza todo, me levanto más pronto que tarde, no me gusta el gazpacho manchego, sigo llamado lavaplatos al lavavajillas). Aunque lo parece, nada cambia; y aunque lo intentamos, todo sigue igual. Puñetera navidad, lo que dura y los baches que tiene. Esta noche desaparezco en cuanto pueda. Aunque da igual lo que te diga, porque luego sé que me pondré morado de aperitivos, me animaré con el cava, discutiré con mi cuñado (que me va a tocar otra vez enfrente, ya te lo digo yo) y pediré otra de Rafaella Carrá. Que me falta carácter, coño, que me falta carácter?".

Terminé de ver la cartelera en el periódico, eché un vistazo a las imágenes de la Puerta del Sol que salían en la tele sin voz de la cafetería y me marché, casi sin despedirme (no hace falta despedirse, tampoco, de los conocidos de bar). Le pagué el café, eso sí, qué menos.

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