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Días de viajes (que ya no lo son)

La opera, tras haber salido de los grandes teatros a las salas de cine, ha llegado a los vagones del AVE en directo desde el Real, aunque no haya sido posible conciliar los horarios con la duración de La Boheme, perdiendo los viajeros de las rutas el principio o el final. Estragos de la velocidad. Cuando un trayecto radial duraba 8 o 9 horas, además de haber dado para la mitad del Ciclo del Anillo de Wagner, el viaje en si ya era un espectáculo total: podía uno comer o cenar, hacer amistades, acentuar soledades, dormir, bajarse en las paradas, gozar del paisaje, hacer pasillo (otro modo de relación), ver escenas en las estaciones, vivir la paradoja de estar en algo que simula un hotel, pero se mueve, y, sobre todo, saborear despacio lo que nos esperaba o habíamos dejado en el andén. Ahora nos movemos tan deprisa que el viaje en si ya no existe, lo que hay son cambios de lugar.

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