Estas fechas suelen ser muy propicias para que nos planteemos retos nuevos o viejos no conseguidos para el año 2018. Porque suele decirse que el deseo -sea del tipo que sea- y su satisfacción, forman parte de la naturaleza humana. Y justamente el final de un año y el comienzo del siguiente suelen ser los más habituales para querer experimentar un cambio en las vidas, o la consecución de objetivos. Porque parece -y así nos lo creemos- que las campanadas de fin de año marquen el final de un periodo y el comienzo de otro nuevo. Y además nos lo creemos, llegando a pensar que el día 1 de enero será radicalmente distinto al 31 de diciembre anterior, como por arte de magia.

Existe, por ello, la costumbre de lanzarnos a pedir deseos el último día del año, y en el mismo instante de cumplir con la costumbre de tomarnos las ya doce clásicas uvas que coinciden con las doce campanadas, constituyendo una suerte de superstición que no dejamos por si nos fuera a ocurrir hasta algo negativo lejos de nuestros anhelados deseos. Pero lo realmente curioso es que no nos llenamos de insatisfacción, tampoco, cuando vemos que van pasando los días y el milagro que pensábamos que iba a ocurrir no llega, hasta acabar descendiendo a la dura realidad de comprobar que lo de las campanadas como puerta a un nuevo año no deja de ser más que eso: una tradición que hay que cumplir y nada más.

Los deseos suelen ser de los más variados, desde personales a laborales, pasando por los dos ya clásicos de «a ver si voy más al gimnasio y me pongo a hacer deporte» y el de «a ver si me pongo ya a estudiar inglés de una vez». Sin embargo, con respecto a estos y otros deseos los justificamos en su no consecución en las excusas de siempre relativas a «la falta de tiempo», cuando la realidad es el de una mala organización de este y de las cosas que hay que hacer cada semana. Es decir, por una mala planificación de la actividad personal de cada uno. Y es que al final lo que hacemos es confundir los deseos con los «milagros», pensando que las cosas, las buenas, ocurrirán sin que nosotros pongamos nada de nuestra parte para que esos deseos se cumplan, con lo que, al mismo tiempo, confundimos los deseos con la suerte que no negamos que exista, pero sin que se pueda confiar todo en ella, sino en nosotros mismos. Y si la suerte aparece bienvenida sea, que hay gente que la tiene, pero sin que ello sea una opción que se extienda a todo el mundo, ni se puedan confundir los deseos con la suerte. Porque el deseo es una aspiración que se justifica por haber puesto la persona que tiene ese objetivo en fin de año, o en cualquier época, para conseguir algo en lo que ha puesto un esfuerzo y unos medios para llegar a cumplir ese deseo.

Por ello, deberíamos cambiar la forma de enfocar los deseos de fin de año, y que ahora se embocan a los que queremos llegar a conseguir de cara a 2018, para realizar una planificación previa acerca de cómo podemos hacer lo posible para que estos se cumplan. Porque el deseo hay que objetivarlo y la mejor forma de hacerlo es poner los medios para que estos se cumplan. Pero, como hemos expuesto, muchas veces nos limitamos a desear, pero no a hacer que estos se puedan cumplir.

Por otro lado, nos olvidamos, también, de que podríamos anhelar deseos para los demás. Pero esto solo lo hacen las madres respecto de sus hijos, o sus nietos, no lo olvidemos. Pero no es práctica habitual que en estas fechas anhelemos que se cumplan deseos positivos para los demás, personas de nuestro entorno, o de fuera del mismo que tienen y sienten necesidades. Y si reflexionamos sobre cuántas veces lo hemos hecho en las campanadas lo entenderemos.

Por ejemplo, hay deseos que deberíamos pedir todos este fin de año relacionados, entre otros, con que se acaben los actos de violencia de género y que las mujeres dejen de ser asesinadas vilmente como está ocurriendo y cuyo ejemplo lo hemos visto en los últimos días con dos casos más; que a las personas que viven en la calle se les pueda facilitar un hogar en el que vivir, porque para ellos la Navidad no son luces y regalos, sino frío y hambre, además de llorar por la dura situación que viven cada día, al no saber si podrán comer; que acabe la desatada violencia que vemos en algunas personas que la utilizan para justificar sus deseos especiales. Estos y otros deberían ser nuestros deseos para tener un mundo mejor que el que tenemos. Que nos lo estamos cargando con tanto egoísmo, incomprensión y violencia.