Los estudios recientes han demostrado que la felicidad que experimenta una persona puede llegar a modificar su configuración genética, fortaleciendo su sistema inmunológico y sus genes antivirales. Además, se ha comprobado que la felicidad estimula la actividad de todo el cuerpo. Esto se comprobó en un experimento con 701 participantes, en el cual se midió su activación corporal en función de las diferentes sensaciones que estaban sintiendo. Aquellas personas que, efectivamente, se encontraban felices, presentaban actividad en todo su organismo.

También se ha demostrado que la felicidad online es contagiosa, y que las personas son más dichosas cuando se ayudan entre sí. En cuanto a las diferencias por edades, se observó que los grupos de edad más avanzada lograban extraer más placer de las experiencias relativamente comunes, como pasar tiempo con la familia, la mirada de un ser querido o un paseo por el parque.

De todo ello, deducimos que la felicidad no está condicionada por las adquisiciones materiales, de hecho, las personas más materialistas son menos felices, según los estudios, ya que están orientadas hacia objetivos futuros y tienden a experimentar frustración o insatisfacción con más frecuencia.

Hemos de tener en cuenta que la felicidad es un sentimiento, no una idea, por lo tanto, no se trata de algo que pueda adquirirse por medio de la razón. El sentimiento tiene más que ver con las experiencias, y la razón, con sus algoritmos y sus planes no logra acercarse a ella, por más que resulte eficaz para generar beneficios económicos. Imaginemos que adquirimos un viaje en crucero. Podremos pagar un excelente camarote y un entorno exquisito, pero eso no garantizará en absoluto que disfrutemos del viaje. Las experiencias no pueden comprarse.

La felicidad depende, realmente, del modo en que nos relacionamos con nuestro entorno, pudiendo así llegar a ser muy felices en condiciones adversas, en etapas de estrechez económica, incluso ante problemas de salud. Irritarse en un atasco de circulación es algo que elegimos, aunque no lo parezca.

La manera más satisfactoria de relacionarse con nuestro entorno consiste en aceptar lo que nos sucede, no darles excesiva trascendencia a los acontecimientos, no obcecarnos ni pretender controlar a las otras personas, sino más bien encaminarnos hacia unas metas, pero permaneciendo en el presente que es el único lugar donde no existe la ansiedad. Por todo lo dicho, entendámosla como un regalo para hacernos a nosotros mismos.