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Puertas al campo

Desigualdad en cuanto a la riqueza

Era Proudhon el que decía que «la propiedad es un robo». Exageraba. Que hay propiedades que son efecto de un robo, expropiación, conquista, estafa, abuso o corruptela, es algo evidente. Pero hay formas y formas de conseguir esa propiedad y no todas incluyen el robo y sus avatares entre tales medios. La suerte, el ingenio y hasta la lotería están entre esos instrumentos que pueden considerarse decentes si los anteriores no lo son.

Ahora imaginemos una sociedad en la que el poder (y la riqueza) ya están concentrados «arriba», dejando un foso entre estos bien situados y los «parias de la Tierra». Es posible que haya filantropía y buenas obras por parte de los bienestantes. Pueden hacerlo para evitar que los «parias» acaben rebelándose y armando una revolución (que, normalmente, se hace por los que están en medio al grito de «quítate tú, que me pongo yo», con la ingenua ayuda de los de abajo). Evidentemente estoy reproduciendo el modelo del malvado Goldstein en el 1984 de Orwell.

Pero imaginemos que «los de arriba» no teman nada de «los de en medio» ni, mucho menos, de «los de abajo». Lo más probable es que, cegados por la codicia (que, por lo visto, viene con su código genético), quieran seguir aumentando sus riquezas de forma ingenuamente indefinida (porque hay límites para todo, pero esa es otra historia). Por más que las «nuevas tecnologías» aumenten los bienes disponibles, estos no son infinitos y aquel aumento se trasforma en una reducción de la riqueza de «los de abajo» y, a veces, también de «los de en medio».

Si diera clases, este sería el ejercicio para el próximo día: aplíquese a los datos sobre la riqueza en el mundo que proporciona el Credit Suisse en 2017 con información para los últimos años (la fuente para los de España es el Banco de España). Véanse los datos para 215 países desde el año 2000 a mitad de 2017, en las tablas 2, una por cada año, y en la tabla 3, la distribución de esa riqueza llegando a un coeficiente de Gini para cada uno de dichos países (el tal coeficiente pretende medir la desigualdad en dicha distribución, con un 0 para la absoluta igualdad y un 100 para la total desigualdad).

La primera observación, derivada de esta última tabla, es la diferencia en cuanto a desigualdad entre países. Por ejemplo, en aumento o disminución de la riqueza por persona (adulta) que ha disminuido, según estas estimaciones, de menos a más, en Colombia, Reino Unido, Ucrania, Brasil, Filipinas, Malaysia, Japón, Turquía y Egipto (en este caso con una espectacular reducción del 50 por ciento). Es posible pensar razones para cada país, dada su coyuntura interna y sus políticas más o menos equivocadas. Pero el otro extremo, el de los países en los que ha aumentado esa riqueza, es menos evidente. De mayor a menor incremento, tendríamos Polonia, Israel, Sudáfrica, Rusia, Suecia, Nueva Zelanda, Taiwán, República Checa, Austria y Estados Unidos de América. Confieso que me cuesta encontrar razones que expliquen algunos de estos casos. Pero probablemente vienen de otra de las observaciones que permiten este fárrago de datos.

Vayamos a Estados Unidos. El dato ahora es de desigualdad de esa renta según intenta dibujar el coeficiente de Gini ya citado. Primero, los países más «igualitarios», es decir, cuyo Gini no llega a 50 y que son Etiopía, Hungría, Islandia, Montenegro, Moldova y Eslovaquia. Me suena raro, pero es lo que hay. Los menos «igualitarios», con un Gini superior a 80, me suenan más: por orden alfabético (en inglés) Malaysia, Noruega (¡sí!), Omán, Filipinas, Rusia, Sudáfrica, Suecia, Turquía, Ucrania (¡un 90!), Emiratos Árabes, Estados Unidos (85) y, claramente, Venezuela (94, casi total desigualdad no precisamente bolivariana). Para los que necesitan el dato de su país, añado que España está a la mitad del camino: un Gini de 65.

Comparando estas listas se ve que hay un grupo particular: los que han crecido en riqueza personal en un contexto de alta desigualdad. Y los Estados Unidos aparece, como uno de ellos, con la particularidad de que, según otros informes, del Center of Systemic Peace, ha descendido su nivel de calidad democrática, suavizador de desigualdades.

No es de extrañar que, para este caso, haya quien atribuye ese crecimiento no solo a un «expolio» interno sino también a uno, más importante quizás, «externo»: se enriquecen a partir del mundo. Pero con una salvedad: no es «Estados Unidos nos roba», sino que determinados grupos, allí y fuera, trabajan en ello.

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