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Óscar R. Buznego

Un temblor en Cataluña

La necesidad de más política para resolver el problema catalán

El proceso electoral que llegó a su momento culminante con el escrutinio de la votación celebrada el jueves figurará en la historia electoral de la democracia española actual como un caso aparte. La razón definitiva para considerarlo así está en los resultados, por la estadística del voto y por sus implicaciones políticas. Tres datos resumen la singularidad de estas elecciones. El primero es el porcentaje de participación más elevado registrado en España en una convocatoria a las urnas de cualquier tipo, sean elecciones o referéndums. Ha ocurrido en Cataluña, una comunidad donde por lo general se han dado índices de abstención altos en elecciones autonómicas. En segundo lugar, un partido no nacionalista ha ganado las elecciones en votos y en escaños. El PSC había obtenido más votos que CiU en 1999 y 2003, pero menos escaños. El tercer dato destacable es que el primer partido ha conseguido la victoria electoral con el porcentaje de votos más bajo y el menor número de escaños desde las primeras elecciones autonómicas catalanas, celebradas en 1980. De manera que, antes de entrar en los detalles, que en este caso tienen gran importancia, la movilización masiva, el equilibrio de fuerzas entre partidos nacionalistas y no nacionalistas, y la fragmentación parlamentaria definen el panorama electoral de Cataluña.

Otra cosa es valorar los resultados electorales por su significado político. La prensa, tanto la nacional como la internacional, proclama el éxito de los partidos independentistas y lo resalta por encima del triunfo de Ciudadanos. Al instante de contarse el último voto, Puigdemont se precipitó sobre el atril en Bruselas para comparecer como presidente reelegido, dando por hecha su investidura, algo que aún no ha sucedido. No sabremos si los independentistas han ganado las elecciones hasta que formen gobierno, tras firmar un acuerdo, constituyan una mayoría parlamentaria compacta y su pretensión de dirigir la política catalana no encuentre impedimentos judiciales. De no darse estas condiciones, no hay motivo para certificar que han ganado las elecciones.

En las antípodas, el desplome del PP reviste también especial alcance político. Porque indica que la inmensa mayoría de los votantes no nacionalistas han mostrado abiertamente su preferencia por otro partido para defender la unidad de España. Esos electores se han sentido atraídos por el mensaje claro y bien explicado de Ciudadanos. Su candidata, Arrimadas, está dotada de una oratoria muy eficaz, y Cataluña es la tierra donde nació y más ha crecido Ciudadanos, que hace una década inició su ascensión con apenas ochenta mil votos. Pero el PP es el partido del gobierno que realmente ha parado el procés y, a pesar de ello, los votantes no nacionalistas le han dado la espalda. La mayoría de los españoles desaprueba la gestión de Rajoy en este y otros asuntos, y esta debacle electoral desencadenará movimientos tácticos en su entorno que lo pondrán en dificultades. Por tanto, no se puede descartar que la dinámica electoral manifestada en el centroderecha catalán se reproduzca en todo el país en próximas elecciones de ámbito estatal. Rajoy ha anunciado que no convocará elecciones generales, y la firma del decreto está en su mano, pero podría verse obligado por las circunstancias. Ciudadanos ya esboza un nuevo discurso a partir de los resultados en Cataluña.

Sin embargo, sin contradecir lo dicho, el hecho de mayor relevancia política, constatado en estas elecciones, es la existencia de un bloque electoral que se mantiene fiel a los partidos independentistas. Incluso ha conseguido atraer una parte de los votos movilizados, con lo cual ha aumentado su tamaño, aunque esto en términos relativos suponga la pérdida de unas décimas. Ni el naufragio final del procés, ni el caos originado, ni la aplicación del artículo 155, ni la composición de las listas con candidatos llamados a rendir cuentas ante la justicia, han hecho desfallecer a los electores que comparten el objetivo de crear un estado catalán independiente. Para muchos analistas, el suyo es un voto a la contra, que se ha mantenido activo y unido en respuesta a lo que esos votantes piensan que ha sido una ofensa. Es llamativo, no obstante, que ninguno haya vacilado en respaldar la actuación del gobierno cesado, que perdió el rumbo, internándose en terrenos al margen de la ley. Una cuarta parte de los catalanes siempre se ha declarado independentista. Lo que supone un problema político de primera magnitud es que la mitad de los catalanes no desautorice, sino que apoye, la actuación política de su gobierno autonómico, abiertamente inconstitucional, y que eso suceda frente a un gobierno de España falto de recursos, precisamente cuando a este se le ve más débil y vulnerable. Sí, hará falta toda la política del mundo para resolver esta situación.

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