Cuando el Gobierno que todavía preside Mariano Rajoy bajo la atenta mirada de la ciega política Soraya Sáenz de Santamaría y la tuerta Mercedes de Cospedal decidió poner medio en marcha, «andante, ma non tropo», el mecanismo constitucional del 155 en Cataluña, muchos pensamos entonces que era tarde, demasiado y tarde, y exiguo, demasiado exiguo. Cuando el Gobierno que todavía preside Mariano Rajoy bajo la estricta disciplina de la (vice) presidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la disciplina estricta de la general secretaria Mercedes de Cospedal (de + de) decidió convocar precipitadamente elecciones en Cataluña al calor y el color de sus áulicos asesores y asesoras, muchos pensamos que era pronto, demasiado pronto, y errado, demasiado errado. Cuarenta años de repugnante adoctrinamiento del pueblo catalán contra España y lo español bajo la estricta disciplina de sus políticos nacional-separatistas (con el consentimiento tácito y la complacencia expresa de los gobiernos centrales del PSOE y el PP), no iban a desmoronarse con unas pocas semanas de meliflua y acobardada aplicación del artículo 155 de la Constitución Española. Ahora, tras las elecciones del pasado jueves, se han recogido los frutos de esa disparatada siembra.

Con el expresidente Puigdemont de obscena gira por los platós belgas poniendo como chupa de dómine a España, su democracia y sus tribunales de justicia, sin que el Gobierno que todavía preside Mariano Rajoy con «de + de» haya ni tan siquiera expresado la más mínima queja a los herederos naturales del rey Leopoldo II del Congo Belga; con unos cuantos dirigentes y dirigentas separatistas medio en prisión medio en libertad por haber cometido, presuntamente, delitos contemplados en nuestro código penal, pero que los medios de comunicación públicos catalanes -no inquietados ni intervenidos por el 155- referían como presos políticos, al igual que hizo el secretario de Estado nacional-populista-extremista-francófono, Theo Francken y el ministro del Interior belga, Jan Jambon, sin que el Gobierno que todavía preside mariano Rajoy junto a «de + de» haya manifestado públicamente la más mínima protesta; con una educación dejada suicidamente en manos del secesionismo más intransigente y xenófobo para adoctrinar a centenares de miles de niños en el odio a España, enseñando una historia de Cataluña preñada de fábulas, mitos y leyendas a mayor gloria del país que nunca existió; con una TV3 plegada de talibanes, pagada con el dinero de todos los españoles, haciendo descarada y provocadora publicidad a favor del independentismo y sus líderes, a favor de las opciones separatistas sin que el Gobierno que todavía presiden «de + de» y Rajoy haya tenido el coraje político, la valentía y la coherencia de impedir tamaña iniquidad; con las calles de Cataluña tomadas por los violentos separatistas que se permitían con total impunidad vejar, insultar y provocar a políticos de partidos no independentistas tachándolos de traidores españoles, chillándoles que se fueran de Cataluña, a semejanza de lo que hacían los nazis con los judíos alemanes; con ese ambiente de absoluta «normalidad», el Gobierno que todavía preside «dos», Rajoy, más «dos», celebró unas ingenuas elecciones de lo más normales. Normal que ahora recoja los frutos de esa siembra.

¿Quién ha ganado en Cataluña? Seguramente nadie, aunque las cifras nos digan que Ciudadanos, Inés Arrimadas y el doncel Rivera hayan cosechado un espléndido resultado fruto, no tanto, de sus diletantes planteamientos políticos, como de los espléndidos errores de su émulo constitucionalista: el Gobierno de Rajoy, de + de, y un PP sumido en el ardor de la hoguera de las vanidades, muerto de éxito, ajeno a Cataluña, pendiente de su propio ego, de la continuidad en el cargo de sus máximos rectores, repleto de la más absoluta mediocridad como aquél infierno de cobardes políticos que llevara al cine el octogenario Clinton «Clint» Eastwood Jr. ¿Quién ha ganado en Cataluña? Seguramente nadie, pese a que los resultados nos hablen de que el huido y huidizo Puigdemont, con su cohorte de cobardes sobrevenidos, haya superado en votos y escaños al encarcelado Junqueras, un hombre preso de sus propios actos, cautivo de un calculado y áureo lazo amarillo con el que ha acabado de estrangular a su formación política.

¿Quién ha perdido en Cataluña? Seguramente todos, aunque los resultados se ceben, con razón, en el impío debacle del PP, ahora despedido al gallinero histórico del hemiciclo catalán okupando grupo alternativo con otro gran perdedor, la CUP antisistema, la CUP del negro gótico, la que mejor cotiza en la bolsa de valores del caos. ¿Quién ha perdido en Cataluña? El PSC, Iceta y, por extensión, el PSOE. Pretendiendo casarse con todos como si fuera el milagroso comodín de una partida de tahúres, con especiales guiños al nacionalismo y sus indultados, al final acabó divorciado de su granero electoral, de sus señas solidarias, de su historia, de sus votantes trabajadores, de aquéllos charnegos difuminados en el discurso de un imposible nacionalismo transversal. Al iniciar el baile, Iceta se equivocó de pareja confiando en que los separatistas y las separatistas le iban a conceder varias piezas, mientras los suyos aguantarían obedientes el desaire sin rechistar. Ahí tiene el resultado: los unos dijeron que preferían los brazos de siempre y los otros se entregaron a la melodía más reconocible, la que no los desprecia como ciudadanos de segunda.

Hay un vencedor: el enfrentamiento cainita, el odio visceral del separatismo xenófobo y excluyente. Hay un vencido: quienes aman la democracia y la libertad.