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Desde mi terraza

Luis De Castro

La tele del presidente

Que la televisión es el medio de comunicación más potente es algo innegable. Y precisamente por esa razón se convierte en el más peligroso, porque por lo general, y lamentablemente, es una forma de contaminación ideológica que en muchos casos tiene como fin primordial llevar el ascua a su sardina, es decir, manipular descaradamente este medio para difundir un mensaje ideológico que está siempre en función de quien manda. Me refiero, claro, a la televisión pública. Si nos paramos a hacer un análisis frío de los telediarios de La 1, comprobaremos que la mitad del tiempo se dedica a hablar de Rajoy y, subsidiariamente, de sus ministros: la otra mitad se reparte entre sucesos truculentos protagonizados por individuos peligrosos o claramente sicópatas, desgracias como incendios, lluvias torrenciales y fenómenos naturales, y ocasionalmente algún fenómeno cultural o artístico, con una notable asignación de tiempo a los deportes. La neutralidad informativa, característica que debería ser la principal en una televisión pública, casi siempre brilla por su ausencia. Pero esta falta de neutralidad no es exclusiva en la televisión estatal, me consta que también es la norma general de las televisiones autonómicas que, no lo olvidemos, también se trata de televisión pública; amigos catalanes me cuentan que el sectarismo de TV 3 es escandaloso, y que la andaluza Canal Sur no le anda a la zaga. Mención aparte para la televisión vasca: Euskal Telebista va por libre, como si de un canal extranjero se tratara. Se anuncia ahora la inmediata «refundación» de la televisión valenciana tras unos años de ausencia, al cerrarla el Honorable Alberto Fabra por su insostenible coste de mantenimiento, de la que esperamos un comienzo con buen pie y muy alejada de las «tómbolas» de tiempos pasados. Me estoy refiriendo a las comunidades autónomas con mayor influencia en el ámbito estatal, pero existen otras muchas que, por lo general, se rigen por los mismos baremos que resumiré en eso de que «el jefe manda». Y no debería ser así: el pluralismo y la neutralidad debería instalarse de una vez por todas en todos los medios de comunicación públicos. La televisión estatal, representada por las cadenas 1 y 2, tiene gran audiencia aunque sea superada en ocasiones por las cadenas privadas, a veces más críticas, a veces más frívolas. Pero la pública se redime gracias a las series; es innegable la calidad y hasta originalidad de productos como El Ministerio del Tiempo o el reciente Estoy vivo, ambas series de gran potencia y con interpretaciones redondas, amén de ser producciones de factura impecable. Mención aparte de la actualmente en exhibición, Traición, que tiene todos los ingredientes de un thriller moderno aunque con reminiscencias de aquel Falcon Crest en el que reinaba la malísima Angela Chaning, personificada ahora por «mi» Ana Belén, en su triunfal regreso a la televisión tras muchos años de ausencia. Ana está sencillamente perfecta, consiguiendo una interiorización del personaje de la mala de la película de forma prodigiosa y sin pasarse un pelo, lo que sería fácil en un personaje tan histriónico; pero como fan confeso de la bella Ana, no dejo de lamentar su caracterización como «señora mayor», privándome de su todavía espléndida belleza. Ya habrá ocasión. Y junto a las series de la 1, no puedo olvidar ese fresco del cine español que diariamente ofrece La 2 con el programa Historia de nuestro cine, por el que ya ha desfilado lo mejor (y lo peor) de la cinematografía española, y que totalizará cuando termine más de seiscientas películas. Es, sin duda, un proyecto muy serio y una idea digna de elogio por su valor tanto artístico como sociológico e histórico. Sin olvidar la estimulante presencia de Cayetana Guillén Cuervo al frente del ya también histórico programa Nuestro cine, o a Concha Velasco al frente de Cine de barrio. La televisión es, ante todo, un medio de entretenimiento que hace más llevadera la vida a un público heterogéneo, a veces aislado en pequeños pueblos, a veces postrado por enfermedades o a veces también la única compañía de millones de personas que viven solas. Pero junto al entretenimiento está la información, y esa información debe ser libre y objetiva, alejada de cualquier adoctrinamiento. Esperemos que en los años próximos el concepto de democracia llegue también a la televisión, sustituyendo el apelativo de «caja tonta» por el de «caja lista». Nuestra salud mental saldrá beneficiada.

La Perla. «La televisión es maravillosa. No solo nos produce dolor de cabeza sino que en la publicidad encontraremos las pastillas que nos aliviarán». (Bette Davis, actriz norteamericana)

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