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Fernando Ramón

Opinión

Fernando Ramón

Adictos inconfesables

Qué extraña reacción química debe desencadenarse en nuestras neuronas cuando escuchamos el inconfundible sonido de haber recibido un whatsapp, para que dejemos lo que estamos haciendo y acudamos raudos y veloces a ver el mensaje entrante. Qué nos debe pasar por la cabeza cuando estamos frente al volante, para alejar peligrosamente la mirada de la carretera y ponernos a contestar preguntas tan banales que da igual responder tras abandonar el vehículo o que en algunos casos son absurdamente intrascendentes cuando no emoticones o vídeos graciosillos, con el riesgo de sufrir un accidente, que nos puede costar la vida o cambiárnosla para siempre. La aplicación de mensajería nos ha enganchado de tal modo que la sociedad en la que estamos inmersos ha roto, en muchos casos, con las relaciones sociales. Somos incapaces de mantener conversaciones más o menos trascendentes en nuestros ámbitos más cercanos y recurrimos al móvil para ser escuchados siendo víctimas de una adicción que no reconocemos y cuya patología nos cuesta tanto asumir que dificilmente podremos renunciar a ella. Hasta qué punto no estaremos completamente alienados con este sistema que las estadísticas de seguridad vial ya suman más muertos como consecuencia de las distracciones provocadas por el móvil que las víctimas por exceso de velocidad, lo que ha conducido, en las persuasivas campañas de prevención, a situarlo al mismo nivel que no usar el cinturón de seguridad o las copas de más. La gravedad del problema se acentúa porque estas consecuencias se producen al no querer aceptar que estamos presos de esta movildependencia, situación que creíamos haber resuelto con el manos libres, pero que la realidad nos demuestra que estamos atrapados, inconfesablemente enganchados.

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