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Domènech, del pico a la llave

Un historiador de las luchas obreras al que los sondeos condenan a arbitrar el próximo capítulo de la insurrección catalana

Xavier Domènech tuvo su minuto de oro cuando, tras cerrar en catalán su primera intervención en el debate de investidura de Pedro Sánchez, el morado Pablo Iglesias saltó desde su escaño y, en las mismísimas narices de un banco azul atónito, lo atrapó en un pico que dio la vuelta al mundo. Era el 2 de marzo de 2016 y Podemos llevaba apenas dos meses explorando con sus confluencias catalana y gallega el hemiciclo de la legislatura relámpago. Menos de dos años después, y si las encuestas no han mentido, Domènech volverá a estar muy pronto en el foco de todos los objetivos. Porque la lista que encabeza, Catalunya en Comú-Podem, los comunes, tendrá la llave de la gobernabilidad catalana. La llave de Domènech (Sabadell, 43 años, casado, un hijo de cinco) figura hasta en el nombre de los tuits de los comunes (#Tenim LaClau), para regocijo de quienes recuerdan que Laclau, el teórico argentino del populismo y la hegemonía, es un maestro de cabecera de Podemos. La hegemonía, o cómo hacer que los intereses de un grupo sean tomados por el interés general, en particular en momentos en los que un modelo hegemónico entra en crisis, ha sido en efecto uno de los asuntos sobre los que más ha reflexionado este socialista libertario y neomarxista, doctor en Historia y especialista en luchas obreras. La peculiaridad de la llave de Domènech es que tiene que valerle para abrir dos puertas. Una, la evidente, es la catalana. Después de predicar el final del bipartidismo, el activista social que resucitó su ardor en el 15-M y fue reclutado en 2015 por Ada Colau para la tramoya del Ayuntamiento barcelonés, se ve emparedado entre dos bloques: el independentista y el constitucionalista. Lo curioso es que el izquierdista que hay en Domènech, y que en campaña dedica mucho más tiempo a las políticas sociales que a la salida de la crisis institucional, piensa como soberanista. Y lo hace porque postula que la hegemonía popular en Cataluña es indisociable de la identidad nacional. De ahí el apoyo a un referéndum pactado. Sin embargo, no es independentista, ya que propugna que la soberanía catalana, en la mejor tradición libertaria, debe orientarse a una España plurinacional de matriz confederal, sobre la que, como curtido profesor universitario, le ha dado sabias lecciones a Iglesias. Además, como muchos dirigentes de la galaxia Podemos, Domènech concibe la transversalidad como instrumento para la hegemonía popular, por eso su propuesta para después del 21-D es una alianza tripartita de izquierdas con una ERC que haya renunciado a la independencia y con un PSC que es la única pieza socialista dispuesta a tomarse en serio la España plurinacional. Ahora bien, este diseño choca con dos obstáculos: ERC no parece preparada todavía para bajarse del bólido de la independencia y los números que auguran las encuestas no arrojan mayoría absoluta para un tripartito de esa naturaleza. Así pues, si las urnas no lo remedian, Domènech, cuyos alumnos destacan la vivacidad de sus clases y su exigencia en las prácticas, parece abocado a un dilema de tragedia isabelina: abstenerse y permitir la resurrección en minoría de un tripartito independentista o acantonarse en el no y forzar una repetición electoral. Ese nuevo escenario, como se vio a escala estatal en 2016, abriría todo tipo de posibilidades, incluidos los terremotos. Ahora bien, la condición de llave que exhiben Domènech y los comunes puede resultar funesta para abrir la segunda puerta, la que comunica a los propios comunes y, más allá, a toda la galaxia Podemos con los electores. Un apoyo al independentismo, descartado en campaña por la implicación de Puigdemont y sus aliados en recortes sociales, confirmaría las sospechas, exacerbadas por la ruptura de Colau con el PSC, de que el rechazo morado al 155 es mucho mayor que el prodigado a la DUI. De paso, avivaría las tensiones internas del heterogéneo grupo catalán, en el que los ecosocialistas de Iniciativa se sienten cada vez menos cómodos. Pero, por otra parte, forzar nuevas elecciones agrandaría la imagen que sus rivales dibujan de Podemos como sinónimo de ingobernabilidad. Cualquiera de las dos opciones conlleva el riesgo de consolidar o ahondar su perceptible caída en las encuestas. Esas serán, sin embargo, preocupaciones del 22-D. De momento, Domènech, sin duda una de las mejores cabezas del universo morado, continúa su maratón electoral, asesorado de cerca por el joven gurú de la nueva izquierda, el británico Owen Jones. Con él compareció el pasado jueves en la barcelonesa plaza de la Universidad. Y allí pudo comprobar que, como sin duda habrá oído en casa el hijo de libertarios y nieto de represaliados del franquismo, las contiendas nacionalistas son, en términos de Laclau, guerras de castas que distraen a la gente de las batallas que en verdad la atañen. Apenas un centenar de personas acudieron a escucharles.

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