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Los bloques se bloquean

Normalmente, la campaña de unas elecciones legislativas -sean del ámbito que sea- es una oportunidad para que los representantes de los diversos partidos expliquen al público cuáles son sus proyectos y cuáles las medidas que van a adoptar para resolver los problemas que más interesan a la ciudadanía. En teoría debería ser siempre así, pero hay excepciones. Por ejemplo, en las próximas elecciones autonómicas de Cataluña. Los partidos del llamado bloque independentista (Esquerra Republicana, PDeCAT, y la CUP) quieren interpretar los resultados en clave de apoyo a una nueva e hipotética declaración de independencia aunque sea por un escaño más y con menos votos. Y los del bloque llamado constitucionalista (Ciudadanos, PSC y PP) intentan centrar su discurso en críticas a la mala gestión que el gobierno del señor Puigdemont hizo de sus obligaciones dedicado como estaba a conspirar en cuerpo y alma contra el Estado que le pagaba el sueldo y del que era legal representante. Luego está, como un verso suelto, Catalunya en Comú-Podem, el partido de Ada Colau, Jordi Domènech y Pablo Iglesias, que asegura no comulgar con los independentistas ni con parte de los constitucionalistas, pero aspira a poner de acuerdo a los ideológicamente afines de uno y otro bando si sus votos fueran decisivos. Una misión que a priori se antoja imposible. La complicación es máxima, las fuerzas (según las encuestas) están muy igualadas, y es previsible que si los independentistas alcanzan nuevamente la mayoría parlamentaria, pudieran caer en la tentación de repetir el juego que nos ha traído hasta aquí. Un juego que ahora se llama "hacer República" y que nadie sabe en qué consiste porque no se ve la forma de que una República non nata pudiera ser compatible con una Monarquía parlamentaria bajo la misma Constitución y al mismo tiempo. Salir de ese laberinto será una aventura azarosa y ya ha advertido don Mariano Rajoy que no descarta volver a echar mano del artículo 155 si un futuro gobierno independentista cayese en la tentación de repetir el espectáculo. "El Estado de derecho -dijo- ha demostrado que tiene mecanismos democráticos y eficaces para defenderse de quienes pretenden liquidarlo". Puestas así las cosas, la impresión general es que los resultados del 21 de diciembre próximo quizás nos conduzcan a una situación de práctico bloqueo parlamentario y hubiese que convocar nuevas elecciones con las graves consecuencias sociales y económicas que eso comporta. El panorama no es alentador y no faltan voces que alertan de un desenlace casi apocalíptico. Por ejemplo, la del veterano periodista catalán Lluís Bassets que en un reciente comentario escribe lo siguiente: "Todo se va preparando para convertir Cataluña en una especie de Úlster, de momento sin armas, donde dos comunidades ya separadas, incomunicadas y enemigas se ven obligadas a una coexistencia llena de dolor y de resentimiento, de odio en definitiva". Y concluye de esta manera no menos tétrica: "Las dos Cataluñas que estamos construyendo componen juntas un monstruo social y político, económicamente ruinoso, culturalmente invivible y políticamente de gestión penosa y difícil". Confiemos en que la profecía no se cumpla. El conflicto armado del Úlster entre los unionistas protestantes y los republicanos irlandeses católicos duró casi treinta años y dejó tras de sí unas tres mil víctimas mortales. Nadie desea eso para Cataluña.

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