La unanimidad del acuerdo alcanzado esta semana en el Ayuntamiento de Alicante para llevar al pleno la retirada de 37 calles franquistas es una noticia excepcional para una ciudad que lleva años dando esquinazo a la Ley de Memoria Histórica. La democratización de nuestras calles ya está más cerca aunque llegue con casi 10 años de retraso. Solo falta la eliminación en pleno de las calles franquistas y, tras un mes de plazo, que las nuevas nomenclaturas sean aprobadas por Junta de Distrito y, posteriormente, de Gobierno.

Es de rigor empezar recordando que la ciudad no cumplía con una ley estatal, puesto que ese es uno de los dos principales motivos que ha llevado a buscar el cambio del callejero por parte de la concejalía de Memoria Histórica. El otro motivo no es otro que el de la propia ley aprobada por el Congreso: borrar del imaginario colectivo unos nombres que fueron honrados por nuestro Ayuntamiento en un momento aciago de nuestra historia y que hoy son reminiscencias de una dictadura vivida dolorosamente por una parte importante de la población alicantina. Parte de esa población es todavía memoria viva de nuestros días. No tenemos por qué honrar en las esquinas de nuestras ciudades aquello que causó tanto padecimiento.

Desaparecen así de nuestras calles golpistas como el Teniente Álvarez Soto. El barrio de José Antonio pasará a llamarse de Miguel Hernández. Su principal plaza ya no honorará a la División Azul, un cuerpo militar que luchó junto a Hitler en la II Guerra Mundial. Será la de la Igualdad. Para el anecdotario quedarán la defensa por parte de algunos grupos políticos del dictador militar decimonónico Primo de Rivera, también de José Calvo Sotelo, miembro del gobierno de aquel general y a la postre diputado ultraderechista del congreso y mártir de quienes se alzaron en contra del gobierno democrático de 1936.

Los cambios nos pueden gustar más o menos, pero ninguna persona o partido podrá decir que no está de acuerdo con el pacto: ninguna de las personas propuestas en las nuevas calles han protagonizado un alzamiento militar o golpe de Estado. La historia está para ser recordada, pero nuestro callejero no está para loar a aquellos que cantaron y contribuyeron a las glorias de un régimen fruto de un golpe de Estado.

Llegar a este acuerdo no ha sido fácil, como es lógico en cualquier proceso participativo como el que arrancó en noviembre de 2015 con la creación de la comisión de Memoria Histórica, paridora de una propuesta que conforma la práctica totalidad del pacto firmado esta semana. Desde el inicio siempre se buscó un enfoque que resaltara a hombres y mujeres destacadas del ámbito artístico, deportivo, académico-científico, político, personas que han promovido la conciencia y los valores democráticos, a ser posible contemporáneas.

Nunca han peligrado nombres como el de La Explanada o la Plaza de Los Luceros, como se ha insinuado venenosamente. Las propuestas para el callejero, tanto las franquistas como sus sustitutas, vinieron de entidades, asociaciones y personas a título individual. Fue un trabajo conjunto, puesto que en la comisión estuvieron representadas las juntas de distrito, el movimiento asociativo en defensa de la memoria histórica de Alicante, cuatro expertos de la Universidad de Alicante-, un representante del colectivo de comerciantes...

La principal espina que nos debe quedar de todo este proceso -nunca exento de zancadillas interesadas en busca de titulares mediáticos- es que del pacto final desaparezcan nombres de mujeres de relevancia internacional que con su coraje abrieron el camino hacia la libertad de todas nosotras. Mantenemos una calle genérica a las gimnastas olímpicas que han llevado sus orígenes alicantinos hasta los podios internacionales de mayor relevancia deportiva. Se mantiene a María Teresa León, de la Generación del 27. Pero con la voluntad de sumar a la oposición al acuerdo caen Rosa Luxemburgo, Carmen de Burgos, María Montessori, Las Cigarreras... ¡Cuánto trabajo queda por hacer! Y más cuando escuchas en televisión a un presidente del Gobierno como el que tenemos decir que no entiende que la calle donde vivió en Pontevedra pasara de honorar a un almirante golpista a llamarse Rosalía de Castro, mujer valiente y pilar imprescindible del resurgir de la literatura gallega del S. XIX.