Me gustaría creer con la fe ciega del carbonero. Y no me refiero a cuestiones espirituales y del alma, ni mucho menos, sino a asuntos muy terrenales y prosaicos, tan cercanos como corrientes sobre los que cada vez es más difícil tener la más mínima convicción. De la misma forma que nos hemos acostumbrado a vivir pendientes de un hilo sin saber si este mundo saltará por los aires por un ataque nuclear, por la erupción del polvorín en Oriente Medio o por una nueva crisis financiera que convierta la economía mundial en nitroglicerina, nos hemos habituado a ser descreídos, seres escépticos que sobreviven instalados en la permanente incredulidad, alimentados por una realidad indigerible allí donde miremos.

Hace tiempo que a nivel mundial, como señaló Dante Alighieri en su «Divina comedia», hemos abandonado cualquier esperanza en instituciones como las Naciones Unidas o la Unión Europea, que se han convertido en el patio del recreo de los poderosos, dejando que exhiban su chulería mientras los parias del planeta, aquellos a los que se les roba sus derechos y con frecuencia hasta su vida, están abandonados a su suerte. Y es que las instituciones son dirigidas por personas, responsables políticos de los que tenemos una de las peores cosechas que se recuerda. Y si no piensen en personajes como Vladimir Putin en Rusia, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Rodrigo Duterte en Filipinas, Bashar al-Ásad en Siria, Donald Trump en Estados Unidos o Kim Jong-un en Corea del Norte, por poner algunos ejemplos. Claro que tampoco es que en Europa nuestra vendimia de políticos sea de la mejor calidad, certificando su inhumanidad ante los millones de personas que han perdido su trabajo y hasta su casa por una crisis fruto de la especulación de los poderosos, ante la pasividad que han evidenciado durante la guerra en Siria o con su desprecio ante los cientos de miles de refugiados que han arriesgado su vida tratando de llegar a Europa a través de un Mediterráneo que no para de tragarse personas.

Y tampoco es que las cosas en nuestro país vayan mucho mejor. Nuestra generación se enfrenta a algunos desafíos trascendentales para nuestro futuro de los que este gobierno ni habla ni parece preocuparle. ¿Ven ustedes que Mariano Rajoy y sus ministros estén trabajando decididamente para solucionar el formidable problema que se ha creado en torno a las pensiones de nuestros mayores y las que se tendrán que cobrar en el futuro? Cualquiera podría pensar que están satisfechos de que el sistema de pensiones en España, que durante años ha sido una de las envidias en Europa, se haya desmoronado, imagino que para dar entrada a los bancos y a sus fondos de pensiones privados. Al mismo tiempo, estamos atravesando una de las sequías más despiadadas de la que se tiene constancia en medio de cambios en el clima sobrecogedores, ¿han visto ustedes alguna iniciativa, trabajo o incluso declaración pública que muestre la preocupación del Gobierno de Rajoy por ello, que pida a la población moderación en el consumo de agua o que explique cómo tendremos cubiertas nuestras necesidades de continuar la actual situación climatológica? Todo ello a pesar de que importantes sectores económicos dependen de la disponibilidad de agua y pueden verse gravemente afectados en pocos meses. Por no hablar de otros muchos temas inaplazables, como la gigantesca bolsa de paro estructural, los preocupantes niveles de pobreza y desigualdad alcanzados, la urgente necesidad de mejorar una enseñanza y una sanidad dañadas por años de recortes y abandono, el gigantesco crecimiento de la deuda alcanzado durante el mandato de Rajoy, los problemas de financiación en las comunidades autónomas y, desde luego, el cansino problema catalán.

Porque no me negarán que lo de Cataluña se ha convertido en un culebrón insoportable. Después de vivir la delirante situación política social y económica a la que han arrojado a Cataluña los promotores de un proceso independentista cimentado en la mentira y el engaño sistemáticos, abriendo fracturas sociales y daños económicos formidables, ahora se presentan a unas nuevas elecciones convirtiendo las falsedades independentistas en todo un programa electoral para construir una arcadia republicana en la que al parecer, solo vivirán ellos, los políticos, ya que solo hablan de sí mismos. ¿O han escuchado ustedes a algún líder de esa gigantesca mentira independentista explicar cómo van a resolver los problemas cotidianos de la gente? Ni una sola palabra, a pesar de lo cual, parece que el escenario político no va a cambiar de manera sustantiva.

Y ya más cerca, en esta sufrida ciudad, los paladines de la nueva política, que se tuvieron que inventar una marca electoral porque les avergonzaba mostrarse como son, que llegaron insultando y despreciando a todos los que no eran como ellos, prometiendo un paraíso de regeneración política y moral, les ha bastado pasar a la oposición para mostrarse como son, reclamando los sueldos más altos para todos sus concejales opositores y ahora peleándose por lo de siempre, por el poder y por los jornales de sus asesores. Al paso que van, los de Guanyar acabarán convirtiéndose en zombis políticos sin alma, vagando en un escenario municipal desolador.