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Óscar R. Buznego

Una campaña rota

Mucho golpe de efecto y ningún argumento en el debate político catalán

La campaña electoral en Cataluña empezó mal, ha ido a peor y no tiene aspecto de que vaya a enderezarse en los pocos días que faltan para que se celebre la votación. En algún momento ha rozado el desmadre. Vacía de argumentos, los golpes de efecto ocupan su lugar. Los incidentes se repiten, copan la atención de los medios sin aportar nada a la grave situación de la comunidad autónoma, e impiden que tenga lugar un debate público civilizado y constructivo, que es tan necesario. La democracia, con cuyo funcionamiento tres de cada cuatro catalanes se muestran insatisfechos por motivos muy diferentes, se invoca de forma cínica y en vano. No se habla de las políticas, el procés vuelve a erigirse en el tema monográfico y esto hace que la tensión siga subiendo en la política catalana. Mientras, los españoles esperan el desenlace, conscientes de que afectará a la política nacional.

La campaña, en suma, está resultando superflua e inútil. Si sirve para algo, es únicamente para confirmar que Cataluña, políticamente, está quebrada. Lo prueba el rumor de nuevas elecciones, extendido a partir de las dificultades que se prevén a la hora de formar gobierno y el silencio al respecto de los candidatos, así como la información que ofrece el conjunto de las últimas encuestas publicadas, antes de que tengamos que consultar la edición digital de un periódico andorrano para conocer la evolución de los pronósticos y la mayoría de los ciudadanos se queden a dos velas en el seguimiento de la carrera electoral.

Los partidos políticos han orientado sus estrategias hacia la polarización de la sociedad catalana y que han obtenido un gran éxito en el empeño. En primer lugar, de manera clara y rotunda, los independentistas. El nacionalismo pactista ha desaparecido, arrastrado por Esquerra Republicana y tragado por el procés. Sorprende que la lista encabezada por Puigdemont y apoyada por el PDeCAT dispute el voto en el mismo espacio político que la candidatura de Oriol Junqueras y la de Cataluña en Común, a la izquierda del PSC, y que apenas haya votantes de la "nueva Convergencia" que se ubiquen en la banda derecha de la escala ideológica. Los partidos independentistas plantean las elecciones como una oportunidad de revancha y, aunque el procés ha fracasado y su discurso es deliberadamente más ambiguo, mantienen el apoyo de su bloque electoral. Tanto los votantes de Puigdemont como los de Esquerra siguen aferrados a la idea de crear un estado y su opción preferida para después de las elecciones es un gobierno de coalición formado exclusivamente con partidos independentistas.

Por otro lado, el PP y Ciudadanos han seguido la misma estrategia de polarización, sólo que en la dirección opuesta. El PP la pone en práctica desde hace tiempo con cierta contención, sin atender las demandas de su sector más rígido, que reclama al Gobierno en cada ocasión mayor contundencia. Sin embargo, Ciudadanos está alimentando sus buenas expectativas electorales a base de polarizar hasta el extremo las actitudes políticas de los votantes catalanes partidarios de permanecer unidos a España. La consecuencia del procés y de la competencia entre los partidos en el interior de ambos bloques es que la distancia que separa a un bloque del otro sigue creciendo. Los esfuerzos del PSC y "los comunes" por hallar lugares de encuentro no reciben respuesta ni en el resto de partidos, ni entre los electores. La polarización está en camino de convertirse en antagonismo, si es que no ha llegado ya a ese punto, sin duda la peor de las hipótesis sobre el futuro político inmediato de Cataluña.

A pesar de todo, y de que la campaña discurre como si la suerte estuviera echada y la situación fuera inamovible, las encuestas reflejan cierta actividad y algunas corrientes en estratos profundos del electorado catalán. Un síntoma inequívoco de que algo está pasando que la sobresaltada campaña no nos deja ver, es el hecho de que en general las estimaciones de distribución del voto difieran tanto y sólo coincidan en sugerir la posibilidad real de una victoria de Ciudadanos y de los partidos unionistas. O, dicho de otro modo, los sondeos no descartan una derrota de los independentistas, en votos, en escaños, o en los dos resultados. La participación prevista es elevadísima, lo que indica que muchos catalanes que se sentían al margen de la vida política están dispuestos a implicarse de lleno. Además, aún hay un 25% de electores que no han decidido su voto o que no quieren declararlo. La coalición de Podemos con "los comunes", el PSC, el PP y la CUP son los partidos que pueden perder más votos, aunque el PSC compensaría esa fuga con la afluencia de otros apoyos. Apenas habrá trasvase de votos entre los bloques, pero la lucha cerrada que se está dando en el interior de cada uno podría acentuar la división en el voto independentista y aupar a Ciudadanos.

La polarización ha reducido los "caladeros" electorales en Cataluña y el número de competidores con aspiraciones ha aumentado. De ahí que la campaña haya consistido sobre todo en una sucesión bronca de estratagemas destinadas a debilitar al rival. Las campañas electorales, los programas, ya no son lo que eran. Sin embargo, bajo formas cambiantes la política sigue siendo la misma, el reino del poder, donde se conjugan las emociones, las excelsas y las ínfimas, con los cálculos más sofisticados. En esa tesitura se ven ahora los catalanes por la actuación de su gobierno cesado. Los dirigentes políticos pavonean y dirimen sus cuentas, mientras los electores dedican el tiempo de la campaña a reflexionar y tomar una decisión muy difícil. De una campaña poco emocionante no se deduce necesariamente un resultado insulso. La solución de la crisis catalana solo puede venir de los políticos y los ciudadanos catalanes y españoles pero, cierto es, las elecciones han sido convocadas con el propósito de encontrar una salida a una situación que no tenía escapatoria. Porque, si tras el intento electoral el jueves nada cambia, ¿cuál sería el paso siguiente?

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