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Joaquín Rábago

El callejón de difícil salida de la Gran Coalición

Desesperados por la intransigencia y las dificultades para pactar de nuestros partidos, muchos han puesto una y otra vez como ejemplo a imitar la Gran Coalición alemana.

Es sin duda un modelo que ha dado estabilidad a un país como ése, temeroso de una repetición de los tiempos revueltos de la república de Weimar, y al que la falta de aquélla parece preocupar por encima de todo.

Las alianzas de uno u otro tipo - entre la CDU/CSU, los socialdemócratas, los liberales o los Verdes-, según los casos, han marcado fuertemente la política alemana a lo largo del largo período de posguerra y han contribuido sin duda a su prosperidad económica.

Pero hace ya algún tiempo que el modelo comenzó a hacer aguas. Y las últimas elecciones, con el fuerte retroceso de los partidos de gobierno y el avance paralelo de la ultraderechista Alternativa para Alemania, fueron un claro aviso de que había que intentar un cambio de rumbo.

La obsesión por ocupar el centro había limado los perfiles de los partidos coaligados mientras dejaba descubierto los flancos tanto a la derecha como a la izquierda, algo que explica sobre todo el crecimiento espectacular de la ultraderechista Alternativa para Alemania.

Tras las elecciones, se intentó primero una alianza de nuevo tipo entre la gobernante CDU/CSU y dos partidos difícilmente compatibles entre sí como son los Verdes y los Liberales, que no llegó a nacer, sobre todo por la desconfianza de estos últimos al abrazo de la canciller Angela Merkel.

Y ante ese fracaso se aspira ahora a reeditar la Gran Coalición, apelando sobre todo al sentido de responsabilidad de los socialdemócratas, que, bajo su nuevo líder, Martin Schulz, estaban, sin embargo, resueltos a pasar a la oposición.

Muchos socialdemócratas, sobre todo en su ala izquierda, piensan que no se les pueden pedir más sacrificios y que si pretenden regenerarse y hacer olvidar las políticas reformistas de la Agenda 2010, impulsadas por el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder y continuadas luego por Merkel, sólo podrán hacerlo desde fuera del Gobierno.

La canciller Merkel se enfrenta por otro lado tanto a la creciente oposición dentro de su propio partido como sobre todo a la de la CSU bávara, que ve peligrar por primera vez su papel hegemónico en esa región de Alemania por culpa sobre todo de la política de refugiados de la canciller.

El temor de los tres partidos de la Gran Coalición en funciones a seguir perdiendo votos por los flancos hará muy difícil cualquier compromiso, sobre todo cuando la canciller ha perdido incluso entre los suyos buena parte de la autoridad que tenía y que le permitió en el pasado tomar decisiones sin prácticamente consultar a nadie.

Será muy difícil que Merkel pueda aceptar ahora muchas de las pretensiones socialdemócratas en asuntos como fiscalidad, reforma de la seguridad social, migraciones o construcción europea, porque se lo impedirá no sólo la CSU sino un sector cada vez más crecido de su propia CDU.

Y por la otra parte, los socialdemócratas temen que si son ellos quienes, sólo por responsabilidad de Estado, vuelven a hacer demasiadas concesiones, continuará imparable la sangría de votantes: unos se irán a Alternativa para Alemania mientras que otros optarán por Die Linke (La Izquierda).

Hay quienes hablan de la posibilidad de un gobierno en minoría de la CDU/CSU, tolerado por los socialdemócratas, pero obligado a buscar mayorías en el Bundestag para cada proyecto de ley.

Algo que, según algunos, revitalizaría un Parlamento demasiado adormecido por la sucesión de grandes coaliciones mientras que, para otros, sólo paralizaría la acción política.

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