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Toni Cabot

La atalaya

Toni Cabot

La Memoria y el Negre Lloma

Lo imaginé justo enfrente, antes de chocar con la Explanada, tras detenerme ante el cartel que lució primoroso durante unos pocos días colgado en la esquina, entre San Fernando y Altamira, a tiro de piedra del Palas. Fue como regresar a ese pasado que no llegué a conocer. Ahí estaba él, tumbado en un banco, apoyando la cabeza en su vieja caja de limpiabotas, con un ojo en el hotel Victoria y el otro en la Casa Carbonell, pendiente de esas monedas que, de vez en cuando, caían a su alrededor arrojadas por cualquiera de los elegantes personajes que asomaban de uno u otro lugar en busca de carruajes. Por esas calles, mojadas por el mar que le trajo a bordo del petrolero "Tiflis" -que ardió en llamas en las proximidades de Alicante a principios del siglo XX- se fue construyendo el mito de aquel tipo desaliñado y simpático, de grandes manos, blanquísimos dientes e ininteligible habla, al que el alicantino de a pie acabó tomando cariño hasta adoptarlo con el paso de los años como parte del paisaje. La leyenda más bondadosa le etiqueta como inspiración en el centro del escudo del Hércules. Y la más torcida ubica sus restos en el Valle de los Caídos, amparándose en la coincidencia de su muerte (1936) con la del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la casa-prisión. Ambos cuerpos, cuenta esa última versión, fueron a parar a idéntica fosa común en el cementerio alicantino, así que de ahí se expandió el murmullo que defiende la tesis de la confusión cuando se procedió a desenterrar al falangista para trasladarlo a Madrid una vez finalizada la Guerra Civil. En cualquier caso, sirva este recuerdo para no dejar oculto el disgusto por la eliminación de la calle brevemente bautizada con el nombre de quien permanecerá en el imaginario de varias generaciones. Al menos para quien esto escribe, esa esquina será siempre la del Negre Lloma.

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