Es difícil que el presidente norteamericano Donald Trump nos sorprenda, ha convertido el Despacho Oval de la Casa Blanca en su nuevo estudio de TV. El problema es que el showman más famoso del mundo, también tiene en sus manos el botón nuclear. La última ocurrencia fue el pasado día 6 en que firmaba una orden reconociendo Jerusalén como capital del Estado de Israel y anunciando el próximo traslado de la embajada norteamericana desde Tel Aviv a la Ciudad Santa.

El gesto supone el culmen de un desprecio olímpico a la comunidad internacional, a las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, y a todos los esfuerzos realizados hasta la fecha para conseguir la paz en Oriente Medio. Durante la semana anterior la 72º Asamblea de las Naciones Unidas había aprobado media docena de resoluciones: sobre el programa especial de información sobre Palestina (A/RES/72/12); sobre las actuaciones del «Comité Para El Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino» (A/RES/72/13); para un arreglo pacífico (A/RES/72/14); sobre el Golán sirio ocupado por Israel (A/RES/72/16); y uno expresamente sobre Jerusalén (A/RES/72/15). Esta última de fecha 30 de noviembre -distribuida el 7 de diciembre- recuerda «que toda medida adoptada por Israel, la potencia ocupante, para imponer su legislación, jurisdicción y administración en la Ciudad Santa de Jerusalén es ilegal y, en consecuencia, nula y carente de toda validez, y exhorta a Israel a poner fin inmediatamente a todas esas medidas ilegales y unilaterales». Una solución general «debe incluir disposiciones garantizadas internacionalmente que aseguren la libertad de religión y de conciencia de sus habitantes, así como el acceso permanente, libre y sin trabas de las personas de todas las religiones». «Pide que se respete el statu quo histórico de los lugares santos de Jerusalén incluida la Explanada de las Mezquitas, tanto en las palabras como en los hechos». Todas estas resoluciones, acuerdos ampliamente mayoritarios de la Asamblea General, se tomaron solo en los siete días anteriores a la iluminada decisión de Trump.

La Asamblea General había decidido incluir en el programa de su 72 º período de sesiones el tema titulado «Soberanía permanente del pueblo palestino en el Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén Oriental, y de la población árabe en el Golán sirio ocupado sobre sus recursos naturales». Esa comisión aprobó un proyecto de resolución (A/C.2/72/L.40), que registró en la comisión de 157 a favor de la propuesta, 6 votos en contra -Canadá, Estados Unidos de América, Islas Marshall, Israel, Micronesia (Estados Federados de), Nauru- y 11 abstenciones. La resolución «exige a Israel, la potencia ocupante, que deje de explotar, dañar, destruir, agotar y poner en peligro los recursos naturales del Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén Oriental, y del Golán sirio», denuncia el muro, los asentamientos por ser contrarios al derecho internacional, los vertidos que dañen el medio ambiente y los recursos naturales, que no destruya infraestructuras, «exhorta también a Israel a que no obstaculice el desarrollo palestino ni la exportación de las reservas descubiertas de petróleo y gas natural».

Todas estos acuerdos recuerdan expresamente las resoluciones que el Consejo de Seguridad ha tomado sobre la cuestión israelo-palestina empezando por la primera de 1947 por la que se crean ambos estados. Se hace mención a los acuerdos que hasta la fecha ha tomado el Consejo de Seguridad incluido el último durante el mandato de Obama por el que se condenaba los asentamientos israelíes en Cisjordania. En todos los casos se citan los acuerdos de la Conferencia de Madrid, de paz por territorios; los Acuerdos de Oslo entre la Autoridad Palestina y el Estado de Israel, la iniciativa de Paz Árabe aprobada por el Consejo de la Liga Árabe, la hoja de ruta del cuarteto -Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y la propia ONU- para pacificar Oriente Medio.

Todo eso por lo visto le importa un bledo. Y me temo que lo peor está por venir, porque el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y los partidos ultraortodoxos que le apoyan terminarán planteando la conversión de Israel en un Estado confesional judío, un Estado teocrático. Es su viejo proyecto, y con Trump en la Casa Blanca lo tienen al alcance. Un Estado que se rija por la normas religiosas judías, más, y donde los derechos políticos sean sólo de los judíos; o sea retirarle el derecho al voto a los árabes residentes en Israel. Sería un régimen de apartheid del que ya en algún caso han acusado a Israel.