Hoy quiero hablar sobre los iconos históricos o culturales porque la protagonista, como ven, pretendo que sea la tan traída y llevada Dama de Elche y sus razones para desear su regreso. Pero creo que sería útil un previo para aclarar qué es un icono así como su variedad, y para ello mejor me traigo a la Real Academia de la Lengua que es quien aclara los asuntos del lenguaje; y ella dice que: «icono es un signo que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado», y pone las señales de tráfico como ejemplo fácil de entender. Pero estos objetos de carretera, como los que encontramos en abundancia por el ordenador, son señales planas, dan una especie de orden o información puntual y ahí acaba su recorrido. La propaganda en los medios (radio, televisión, prensa) alarga más su mensaje porque quiere dar más información sobre los productos que se deben vender y para ello escoge a zagales y zagalas de buen ver, es decir, «con bastante información» cuando el producto es consumido por ellos. En fin, creo que queda claro. Pero a los que hoy mayormente me quiero referir son a esos iconos históricos o culturales que, con frecuencia son apreciados por su utilidad en el mundo de la propaganda y que si solo se quedan con este matiz meramente práctico y no sirven para propulsar acontecimientos culturales que enriquezcan y den constancia del pueblo al que pertenece y además, si no hacen progresar la red que amalgame un buen proyecto de ciudad, no sirven para nada. Y como suponen, La Dama de Elche será mi principal ejemplo. «Si la Dama, aquí en su pueblo, no se rodea de la cultura ancestral en la que vivió y nos muestra la herencia cultural que nos dejó y que aún pervive en nosotros que somos sus herederos, no dejará de ser un mero BUSTO». Eso me dijo alguien y yo estuve de acuerdo. Y pasó a mencionarme algunas ciudades que tenían un sentimiento de «ser» (esas raíces de donde se viene), y no de «tener» (y solo usar, como reclamo) que él creía había mostrado por desgracia siempre esta ciudad. Servir de reclamo.

Mencionamos a Mérida, por su siempre actual pasado histórico. Recordé que Blanca Portillo fue durante un tiempo nombrada Presidenta de la Comisión de Cultura de esta ciudad romana para organizar la actividad que se desarrolla en ella durante los veranos e incluso durante todo el año. Esta actriz, inteligente por lo que se ve, dijo: «Haré de esta ciudad un centro imprescindible de la raíz cultural de este pueblo. Aquí nacerá un resurgir de prestigio y quien quiera conocer el teatro antiguo, tendrá que venir a Mérida». Otra ciudad que puede ser también ejemplar en este sentido es Almagro, con su tradición de ciudad para el teatro especialmente del Siglo de Oro. Durante el verano el pueblo bulle y durante el invierno sigue siendo lo que es, y que muestra incluso en sus actividades artesanales según tengo entendido. Y en Barcelona, cuando era alcalde Jordi Hereu, este expresó su parecer sobre su ciudad diciendo que: «Barcelona es lo que nace de sus barrios, de su gente, mirando hacia ser una ciudad global que hace compatible esta cualidad con su día a día». Y seguía diciendo que «el turismo se tiene que adaptar a la ciudad, no tenemos que «cambiarnos» para que vengan. Tienen que venir por la ciudad y su cultura, porque Barna siempre será atractiva y siempre será Barna»...

Entonces Barna era otra cosa, y lo seguirá siendo si se van esos inquilinos que de vez en vez le van brotando.

Así se entiende que la grandeza de la auténtica cultura es la que actúa «siendo» de dentro a fuera, y cuando sale se muestra. La cultura manipulada suele tener un movimiento contrario, asienta su sentido sobre «iconos externos» porque pretende no ser sino parecer, y usa su «cultura» con fines políticos o de otra clase, según dije, pero entonces desvirtúa la esencia de las tradiciones y de la historia verdadera.

¿Qué hay en la ciudad de Elche que nos enseñe su auténtico sentido de ciudad que viene de tan lejos? ¿Qué muestra la Dama sin la cultura que la rodeó? Porque la cultura de un pueblo, lo he repetido mucho, nace de sus propias raíces abonadas y regadas por cada generación. Sus frutos constituyen sus señas de identidad...

Y porque es significativa, terminaré con una anécdota que me sucedió hace unos días: Yo suelo pasar con frecuencia por esa calle estrecha en donde se están realizando las catas del Mercado Central. Y miro con curiosidad el espacio que va saliendo de los fondos excavados. En eso, un señor se para a mi lado, mira todo aquello y exclama: «¡todo piedras, todo piedras, a saber el dinero que se están gastando! Lo que tendrían que hacer es tirarlo todo, también lo que está techado ahí al lado, y construir un edificio moderno para disfrute de propios y extraños!». Me quedé perpleja con una de mis más hermosas perplejidades, y cuando pude reaccionar, le contesté: «Sí señor, todo piedras. Y ya que estamos, tiramos también a la Dama de Elche porque es también piedra, y al Discóbolo, y toda la Grecia clásica...» Para entonces, aquel ilicitano de pro ya doblaba hacia la Pasarela dejándome mi discurso a medias. Por sus prisas debió de pensar que se había tropezado con una trastornada.

Así que me fui a casa pensando para mis adentros: «Esto no tiene arreglo».