Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, es la novela más surrealista e hilarante escrita por el autor, ganador del Premio Cervantes de 2016. Ambientada en la Barcelona de los meses previos a las Olimpiadas de 1992, describe la caótica efervescencia que se vivía para su preparación en forma de un preciso diario, escrito por un extraterrestre que busca a su compañero de expedición, Gurb.

Desde luego, para un alienígena no puede haber nada más desconcertante que aterrizar en nuestro planeta y tener que acostumbrarse a sus usos y costumbres, aunque el protagonista parece bastante preparado para ello: primero camufla su nave para que parezca un edificio residencial más, después adopta forma de terrícolas que él considera respetables, tratando de pasar inadvertido, como el Papa, el Duque de Kent o Gary Cooper para, de forma paulatina, ir convirtiéndose en un ordinario humano medio.

Aunque la novela de Mendoza está ambientada en Barcelona, la verdad es que el autor, si bien es cierto que utilizando grandes dosis de ironía e hipérbole, lo que pretende es hacer una crítica desencantada de la sociedad contemporánea, por lo que la obra podría haberse desarrollado en cualquier otro lugar.

Imaginemos por un momento que, como en Sin noticias de Gurb, una misión espacial de un lejano planeta, en el que existe una civilización inteligente y con una capacidad técnica muy superior a la nuestra, eligiera explorar nuestro planeta; que de todos los países que conforman la ONU se decantara por el nuestro, cosa que haría porque es el más plural, plurinacional y progresista del orbe; que de todas las regiones, nacionalidades y ciudades autónomas, se decantara por la Comunidad Valenciana, pues somos un ejemplo de austeridad: siendo más pobres que la media, recibimos menos financiación que los ricos y, aún así, nos queda dinero para abrir una televisión que costará un potosí.

Sigamos imaginando, aunque ya habrán barruntado a dónde quiero ir a parar. Exacto, son ustedes unos lectores inteligentes: de entre todos los pueblos y ciudades de la Comunidad Valenciana, elegirían Elche; de hecho, les voy a contar como una primicia absoluta de este diario que los extraterrestres ya están entre nosotros. Su aterrizaje se produjo la noche del pasado 13 de agosto, aprovechando el momento álgido de la Nit de l'Albà para que los destellos de su nave pasaran inadvertidos.

Poco después del aterrizaje, los dos seres que conforman la misión camuflaron su nave. Para que pasara inadvertida, le dieron la forma del bloque del barrio de San Antón, recientemente inaugurado. Poco después, desde su nueva residencia observaron que , al cesar los destellos en el cielo provocados por la pólvora, cientos de vehículos propulsados por combustibles fósiles enfilaban la carretera de Santa Pola.

Ese hecho los dejó perplejos, pues su mente no concebía esos desplazamientos repentinos, y menos utilizando una tecnología tan obsoleta y perjudicial para el planeta; habían leído que en otros lugares cercanos a su destino en la tierra utilizaban otros medios, primitivos también, pero más acordes con la salvaguarda del medio ambiente, como los tranvías o los autobuses de guiado óptico. Parece ser que estos terrícolas eran de lo más primitivo.

Sin embargo, al día siguiente, disfrazados de Mercedes Alonso y de Carlos González, para pasar inadvertidos, acudieron a un lugar en el que se representaba algo que no llegaron a entender bien, pero que les pareció de un gusto exquisito. Misteri d'Elx, les dijo que se llamaba aquello una señora que blandía un abanico con movimiento acompasado y enérgico. «Bueno, ¡también tienen cosas interesantes estos terrícolas ilicitanos!», se dijeron, sorprendidos al constatar que muy pocos habitantes de otros lugares del planeta acudían a contemplarlo.

La mañana del día 15 de agosto, a la vista de que sus disfraces del día anterior no habían causado el efecto deseado, los cambiaron por el de Mireia Mollà y el de Jesús R. Pareja y se dieron un chapuzón en la piscina del barrio de Los Palmerales, cerca de su nave camuflada como vivienda; después, el que se había disfrazado de Pareja tuvo que ir a algo que los locales llaman procesión, mientras que el otro pudo ir a la cafetería del MAHE a tomar el aperitivo, sana costumbre terrícola consistente en ingerir cinco centímetros cúbicos de alcohol etílico mezclado con agua con quinina, al tiempo que se ingieren unos tubérculos fritos en el jugo del fruto de un árbol denominado olea europaea.

El día 16 de agosto se dirigieron a lo que los indígenas llaman Ayuntamiento, pues habían leído en sus informes que ahí reside el máximo representante del gobierno de las ciudades terrícolas, el alcalde. En esta ocasión optaron por disfrazarse de periodistas. Ya iban aprendiendo un poco los usos locales y sabían que unos cuantos acuden todos los días al Consistorio para asistir a una especie de liturgia, que allí llaman «rueda de prensa», en la que un concejal anuncia cuestiones tan interesantes como la llegada de Papá Noel, de Mamá Noel y de los elfos.

Su sorpresa fue superlativa cuando un señor muy amable, Manolo dijo que se llamaba, les informó de que el señor alcalde, igual que muchos otros terrícolas de la zona, tomaba el día 16 lo que ellos llaman vacaciones, pero que podían hablar con otro señor, un tal Antonio García, que le estaba sustituyendo en ese momento.

Así lo hicieron, y con sus credenciales de El Alcázar y de Mundo Obrero accedieron al despacho de Alcaldía, no sin cierto recelo por parte del alcalde en funciones al observar la acreditación del primero y los lápices en las orejas de ambos. Tras dos horas de conversación, los dos aliens abandonaron la estancia convencidos de una cosa: Compromís acabaría con el Rhynchophorus ferrugineus, aunque fuera por aburrimiento, no como otros a los que este señor llamaba PP, nombre habitual en la zona. «¡Menuda brasa nos has dado!», pensaban, al tiempo que, de forma telequinética, se emplazaron en el bar más cercano para ingerir una dosis de alcohol etílico rebajado con cebada y agua bien fresquita.