Vimos el programa de Jordi Évole del pasado domingo en la Sexta con el corazón en un puño. Como recordará el lector el tema tratado volvió a ser los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos a cargo de niños en un centro escolar durante la dictadura franquista o los primeros años de la democracia. La diferencia es que en este caso los abusos que se denunciaron en el programa se cometieron en 1989 en el Seminario Menor de La Bañeza, una época, por tanto, que la Iglesia Católica ha intentado vender como muy alejada de las violaciones y abusos sobre niños y niñas de orfanatos de dirección religiosa católica que se cometieron durante el franquismo y que coloca a España muy cerca de lo sucedido en Irlanda, país en el que los abusos sexuales y el maltrato llegaron a ser un mal endémico en organismos e instituciones dirigidas por la Iglesia Católica.

Después de ver el programa se pueden extraer dos consecuencias. En primer lugar, el recalcitrante e incomprensible (vamos a llamarlo así) empeño de la Iglesia Católica española en tratar de ocultar los numerosos casos de abusos sexuales cometidos por religiosos que se han ido conociendo en los últimos años y que abarcan un periodo que, comenzando con los primeros años de la dictadura franquista, finaliza bien entrada la primera década de siglo, tal y como la tozuda realidad se ha encargado de informarnos. Resulta ridículo pensar que no hablando de ello los delitos cometidos desaparecerán, algo imposible por la sencilla razón de que al haberse cometido, es decir, al encontrarse en un tiempo ya transcurrido basta con que alguna de las víctimas lo recuerde para que el delito vuelva a cometerse y, por tanto, a desplegar su existencia y su ignominia.

Da igual donde haya ocurrido. La directriz del organismo, institución o colegio es siempre el silencio. Ni siquiera son capaces de hacer público algún tipo de comunicado donde, poniéndose de parte de la víctima, se condene a unos culpables que en la mayoría de los casos admiten los abusos y violaciones cometidas sobre niños de 7 u 8 años al saber que gracias a la prescripción no van a ser ni siquiera enjuiciados.

En segundo lugar, mientras veíamos el programa de Jordi Évole no pudimos evitar sentir una gran repugnancia al escuchar a algunos vecinos del pueblo de La Bañeza quitar importancia a los abusos cometidos. Argumentaban algunos de ellos que eran cosas del pasado y que debía perdonarse porque al fin y al cabo el religioso era muy buena persona. Semejante argumento, dicho por personas adultas que al menos a primera vista no demostraban sufrir algún tipo de trastorno mental demuestra el profundo daño que la Inquisición española y el dominio de la Iglesia católica supusieron para la sociedad española que, a día de hoy, sigue dominada por el atavismo y la superchería.

Podríamos recordar a propósito de este programa que existen estudios antropológicos recientes que argumentan que la evolución del hombre se sigue produciendo, es decir, que no se ha terminado de completar el paso del mono al hombre. Que religiosos y seglares vinculados a instituciones religiosas hayan cometido con total impunidad abusos de todo tipo sobre niños y niñas de muy corta edad y que haya ciudadanos dispuestos a justificarlo podría apuntalar los estudios que aseguran que el homo sapiens no ha terminado de desarrollarse en su totalidad, quedando un residuo genético primitivo carente de raciocinio y del más elemental equilibrio natural.

Por otra parte resulta loable que los hoy adultos que en su infancia fueron sometidos a vejaciones de todo tipo por parte de algunos de sus profesores no decidieran tomarse la justicia por su mano cuando fueron del todo conscientes de lo que habían tenido que soportar. Hay que tener en cuenta que nunca fueron situaciones puntuales sino planes preconcebidos de depredadores que en muchos casos, a tenor de las circunstancias en que se cometían los abusos, eran conocidos por otros profesores e incluso en ocasiones por la dirección de los centros que, como mínimo, miraron para otro lado. Cualquiera que haya trabajado en un colegio o en una empresa privada sabe que es imposible que algo así pudiese ocurrir sin que ningún otro profesor se diera cuenta, en alguna ocasión, de algún detalle que le hiciera sospechar de que algo estaba sucediendo.

El único elemento positivo que podemos obtener de los casos de violaciones y abusos de todo tipo que se han conocido en estos últimos años es precisamente que se hayan conocido. Que las víctimas puedan contar en televisión los delitos que se cometieron sobre sus infantiles cuerpos demuestra que la Iglesia católica española va a tener que acostumbrarse a que su poder omnímodo sobre la sociedad española desapareció hace años.

Si la Conferencia Episcopal española cree que ocultando y no hablando de algo que les afecta e incumbe de lleno va a desaparecer por ello su responsabilidad no sólo significa que no conoce la actual sociedad española sino que ni siquiera sabe el siglo en el que vive.