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Óscar R. Buznego

La fábrica del saber

El conocimiento es un universo en expansión. De eso no cabe duda. La especie humana está segura de que, planteada la cuestión con perspectiva temporal, cada día que pasa sabemos más de nosotros mismos y del entorno que habitamos, e incluso del que aún no hemos podido conquistar. Damos por hecho que ha sido así desde el primer momento de nuestra presencia en la Tierra. Ahora bien, es una evidencia que a partir de la época moderna el ritmo de producción del conocimiento se ha incrementado de forma notable y que en la actualidad se acumula de manera exponencial. Nuestra curiosidad innata y las asombrosas tecnologías que hemos sido capaces de inventar se han espoleado mutuamente para ampliar el conocimiento hasta límites insospechados. En los años setenta del siglo pasado, en puertas de la revolución digital y de la globalización aún en curso, Daniel Bell aportó pruebas de una transformación que estaban experimentando las sociedades avanzadas, de similar trascendencia histórica que el paso del paleolítico al neolítico o la revolución industrial, que supondría a la postre el advenimiento de una sociedad en la que el conocimiento sería el suceso determinante en la vida de los individuos. Si pensamos en el big data y en los avances científicos, es preciso concluir que el pronóstico del gran sociólogo americano resultó plenamente acertado. El conocimiento ha alcanzado tal dimensión social que, como predijo en 1993 el gurú de la gestión empresarial, Peter Drucker, hoy constituye un área importante de estudio, donde el número de investigadores, centros, congresos y publicaciones no deja de crecer. Sin embargo, no hay motivo para el triunfalismo. En la historia del conocimiento conviven los éxitos con los problemas. Es oportuno mencionar los más destacados por Peter Burke. El primero deriva de la confusión que se da con frecuencia entre la información y el conocimiento. Aplicando la metáfora culinaria de Levi Strauss, la información sería lo crudo, en tanto que el conocimiento sería lo que ya ha sido cocinado. El conocimiento, dice Burke, es la información procesada por el pensamiento. Por eso, mientras hay sobrecarga de información, el conocimiento abunda menos. Tarea del sistema educativo es enseñar a gestionar el exceso de información y a elegir entre diferentes fuentes. El segundo es la tendencia inevitable a la especialización, frente al que poco se puede hacer. Un tercer problema estriba en las relaciones a veces difíciles entre conocimientos consolidados en el interior de tradiciones culturales diversas, pertenecientes por lo general a sociedades con distinto grado de desarrollo tecnológico y económico. Burke ha escrito un libro en defensa de la hibridación cultural, de la que es un partidario entusiasta. Otro problema, cómo no, es el poder. Para definirlo, Burke remite a la frase de Foucault de que "el ejercicio del poder crea perpetuamente saber e, inversamente, el saber conlleva efectos de poder". Puesto que el conocimiento no puede ser puro y es inseparable del poder, lo deseable es que al menos haya cierto equilibrio de poder entre las organizaciones que pretenden controlar el conocimiento. Peter Burke, profesor emérito en Cambridge, experto en la cultura europea del periodo de transición a la modernidad, que fue archivero y bibliotecario, considera que los libros del futuro, impresos en papel o electrónicos, serán más pequeños y breves, para lectores que utilizarán otras fuentes de información. Este libro parece concebido con esa idea. Es un compendio de los dos volúmenes de su Historia social del conocimiento y a la vez puede ser consultado como manual de introducción a la nueva disciplina que poco a poco ha ido asentándose en los sistemas universitarios de las sociedades más innovadoras. El texto expone cómo el conocimiento ha llegado a ser lo que es a través de un proceso histórico impulsado por el afán de saber que nos caracteriza y toda suerte de incentivos. Los conceptos, tipos, técnicas, procedimientos, etapas, etc., son desmenuzados en cuatro capítulos, subdivididos en numerosos apartados de poco más de una página. Burke no se olvida de la ignorancia, contrapunto del conocimiento, ni del enfoque de género, ni de la vieja discusión sobre el progreso científico suscitada por Kuhn, ni de las perspectivas abiertas por la ciencia cognitiva, ni de tantas otras cuestiones. Resulta imposible resumir este libro porque está escrito con la máxima claridad, precisión y brevedad posibles, y una erudición apabullante, que sin embargo nunca satura al lector. Un libro, en suma, imprescindible para todo aquel que sienta el cosquilleo del saber. Así pues, lo mejor es leerlo en su integridad por el mero placer de su lectura.

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