Imprescindibles

En la tarde de este martes tuve ocasión de asistir a la entrega del Premio Maisonave en su XVI edición, correspondiente al año en curso 2017, y que anualmente concede la Universidad de Alicante a diferentes personas e instituciones locales, que dedicaron su vida a trabajar por nuestra ciudad. El prestigioso galardón que desde el año 2002 se entregara, a título póstumo, a José Luis Lassaletta Cano, primer alcalde de la democracia española, hasta este año que ha recaído en la profesora María Dolores Mollá, la distinción se ha entregado a políticos, escritores, pintores, activistas sociales y culturales, sindicalistas, arquitectos, empresarios y representantes de la enseñanza. Y sería absurdo por mi parte hacer un alarde de modestia y no recordar que un servidor fue distinguido con ese reconocimiento en la edición del pasado año. También conviene recordar al lector no iniciado que D. Eleuterio Maisonnave y Cutayar fue el primer alcalde de Alicante en las elecciones por sufragio universal masculino en el año 1868. Y es en su honor y recuerdo que la universidad alicantina instituyó el premio. Confieso que cada año me emociono durante la celebración, y este año la emoción fue mayor al serle entregado el premio a alguien que ha dedicado su vida a la enseñanza, actividad fundamental en la formación de jóvenes españoles (en este caso alicantinos) puesto que marcan toda una vida a quienes tuvieron la suerte de cruzarse con un enseñante que les sirviera como ejemplo. Lola Mollá ha transitado por diversos caminos en la enseñanza, pero sobre todo se la recordará siempre por su vinculación al Instituto de Enseñanza Media Jorge Juan, en el que desarrolló su magisterio durante treinta años, desde impartir clases a la dirección del centro, con una breve incursión en la política como diputada en las Cortes Valencianas. Y en el acto vimos a una radiante Lola que se declaraba «de pueblo» (sus orígenes están en Alfaz del Pí), con la humildad y grandeza que tal confesión conlleva; defensora de los valores cívicos, feminista nada estridente, esposa, madre, abuela y, sobre todo, mujer de nuestro tiempo de quien se puede decir que caminó siempre por la vida con la eterna sonrisa que la caracteriza. Porque ante todo, Lola Mollá es una persona buena (no confundir con una «buena persona», definición que tiene otro matiz), cuya característica principal ha sido la constancia. Sin ser una amiga íntima la conozco de toda la vida, pertenecemos a la misma generación y nos une la aspiración de haber intentado construir un Alicante más culto, más cálido y con mejor calidad de vida, siempre bajo el auspicio de la educación y la cultura. Y no me duelen prendas al afirmar, remedando a Tagore, que Lola tiene una virtud todavía mayor, porque «perfuma cuando pincha». Esa misma noche tuve ocasión de ver un programa en La 2, En el aire, dedicado a la actriz Lola Herrera; y la emoción que traía de la ceremonia del premio, se acrecentó al repasar la vida de esta gran señora, otra Lola que ha sudado sangre hasta llegar a la cima de esa montaña en la que en la actualidad se encuentra. También aquí, en la carrera de una actriz o un actor, la constancia es la virtud fundamental, obligados a superar un sinfín de vicisitudes tanto personales como profesionales; si la vida muchas veces duele, es maravilloso poseer la facultad de hacer de ese dolor algo creativo. Sin duda, estas dos «Lolas» que hoy ocupan mi espacio semanal en el periódico INFORMACIÓN son personas y personajes imprescindibles. Como tantos otros, famosos, conocidos y anónimos que nos dejaron su huella como marca indeleble para intentar ser personas dignas. En una sociedad aquejada de la ausencia de valores, verdaderamente nos son imprescindibles.