Hace ya una década que entró en vigor la conocida como Ley de Igualdad (Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres) y me da la sensación de que la falta de voluntad política y de asignación de recursos ha dejado esta ley, considerada «pionera» por los expertos, en papel mojado. Una década después de su entrada en vigor la desigualdad incluso se ha incrementado en algunas áreas.

Estamos a años luz del cumplimiento de la Ley de Igualdad. Una década más tarde, pocos signos hay de que la conocida como Ley de Igualdad haya transformado radicalmente la sociedad. Datos no faltan. Hoy en día sólo 3 de las 50 universidades de titularidad pública tienen mujeres rectoras; las mujeres representan menos del 20% en los consejos de administración de las grandes empresas (las que forman el Ibex35); la brecha salarial entre hombres y mujeres alcanza el 15% (es decir, las mujeres deberían trabajar más días para alcanzar el sueldo de los hombres) y desde la entrada en vigor de la ley el número de hombres que piden la excedencia para el cuidado de hijos aumentó un 3%, pero siguen siendo el 93,4% de las mujeres las que la solicitan.

El efecto más claro de la ley se ha visto en los parlamentos españoles, según todas las fuentes consultadas. Según los datos del Instituto de la Mujer, se ha pasado de un 36% a un 39,4% de diputadas (el 45% de diputadas autonómicas) y hay cuatro presidentas autonómicas de 17. Pero en el Gobierno estatal de 2017 hay menos ministras que en 2007. En la legislatura más igualitaria eran 9 representantes de 18 (contando presidente y vicepresidenta) y ahora son 5 de 14 (con la misma estimación).Y España todavía no ha tenido una presidenta del Gobierno. El paso para que hubiera más mujeres en la primera fila de la política fue importantísimo pero se desfiguró. Se entendió que el 40% fijado era para la presencia de mujeres, pero la realidad es que estaba recogido como un porcentaje mínimo para ambos sexos. Se buscaba un equilibrio real, pero se quedó en cuota.

Pero siguen existiendo multitud de facetas donde la igualdad de género debe jugar un papel importante. Una de ellas es la «cosificación de la mujer»: se trata del acto de representar o tratar a una persona como a un objeto (una cosa no pensante que puede ser usada como uno desee). Y más concretamente, la cosificación sexual consiste en representar o tratar a una persona como un objeto sexual, ignorando sus cualidades y habilidades intelectuales y personales y reduciéndolas a meros instrumentos para el deleite sexual de otra persona. Es hoy en día cuando la cosificación de la mujer se ha vuelto más relevante, en una sociedad devorada por el consumismo y donde las mujeres han pasado a convertirse una mercancía dedicada al disfrute, generalmente, del hombre. Esta forma de violencia simbólica, que resulta casi imperceptible, somete a todas las mujeres a través de la publicidad, las revistas, las series de televisión, las películas, los videojuegos, los videos musicales, las noticias, la telerrealidad, etcétera.

Respecto de la desigualdad salarial, la conocida «brecha», en estos momentos en España es del 14,9%, según los últimos datos provisionales de 2015 publicados por el último informe Eurostat, lo que implica que su salario por hora de trabajo equivale a prácticamente un 15% menos que el de los trabajadores varones. El cálculo implica, que al final del año las mujeres con empleo trabajan «gratis» un total de 54 días al año. Debemos llamar la atención sobre la discriminación por razón de sexo, que tiene una repercusión severa en los salarios de las mujeres y que va a acentuarse más allá de su vida de laboral, durante su etapa de jubilación.

Otra faceta importante de la desigualdad es el llamado techo de cristal y ocurre no solo en la ciencia sino también en los consejos de administración de las empresas españolas o en política. Esta metáfora, acuñada por los expertos en investigaciones sobre género, se refiere a la existencia de barreras invisibles que encuentran las mujeres a la hora de abrirse paso en su carrera profesional e ir progresando hacia puestos de mayor responsabilidad.

En cuanto a la maternidad, aunque hoy la mujer pueda trabajar no puede conciliar el trabajo con las labores que tradicionalmente corresponden a su género: el cuidado del hogar y de los hijos. Labores que siguen siendo de ellas. Que muchas mujeres estén inactivas es porque muchas veces, cuando son madres, no les compensa trabajar. Si tienen hijos y nadie se los puede cuidar se tienen que preguntar cómo gestionar sus recursos. Probablemente les salga más rentable no trabajar y quedarme en casa cuidando de sus hijos.

Concluyendo: avanzamos, poco a poco, pero no lo suficiente para conseguir la perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros. Se calcula que doscientos años son los que tardaremos en conseguir la igualdad de género. En cualquier caso, lo que queda de manifiesto es que los avances son muy lentos y que persisten grandes desigualdades.