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Convivencia obligada

Durante 40 años, el nacionalismo catalán ha empleado sus mayores esfuerzos en ahondar la diferencia y hacerla irreconciliable. Una siembra metódica, lenta, concienzuda, medida en tiempo forestal y con paciencia labriega. Un capital acuñado en moneda de dos caras: por un lado, amor a lo propio, por el otro, odio al vecino. Las reacciones de éste, despechado en su propio nacionalismo histórico, han ayudado al crecimiento, pues el odio es así: cosa de dos. Sólo cuando la masa forestal había echado raíces hondas y estaba bastante alta se han decidido los nacionalistas a dar el paso de cerrar el terreno. Eso es el soberanismo. Creo que contarlo así no es injusto ni excesivo. Creo también que ese bosque, o lo que sea, es un hecho del que ya hay que partir, y con el que habrá que montar una nueva convivencia. Veamos ventajas: si aprendemos, podría ser una cosecha de civilidad.

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