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Puertas al campo

Raíces confusas

Son dos cosas muy diferentes. Por un lado, la violencia contra las mujeres (maltrato, violación, asesinato) que a veces se acaba llamando terrorismo machista. Por otro, lo que también se llama terrorismo, pero islamista. Básicamente, atentados y masacres. Sin embargo, tienen algunos elementos en común que permiten hacerse preguntas sobre uno mientras se piensa en el otro. Uno de esos elementos que encuentro en las cosas que leo y escucho, es la tendencia, de frecuencia variable, a atribuir a una ideología, respectivamente la del machismo y la religión del Islam, la causa de tales violencias. Y no lo tengo claro.

Si el machismo fuera «la» causa, tendría que estar mucho más difundida esa violencia ya que, como ideología, afecta a capas muy numerosas de la sociedad, incluidas algunas mujeres que pueden trasmitirla (y lo digo sabiendo que tal afirmación es considerada ya como machismo, pero los hechos son tozudos). Y lo mismo se puede decir del Islam: si es «la» causa, el terrorismo así clasificado tendría que ser mucho más frecuente. Pero es que ni todos los machistas practican la violencia contra las mujeres ni todos los musulmanes practican la violencia contra? ¿contra quién?

Ahí entraría una de las posibles diferencias entre las dos lacras. En el afán simplificador, se supone que el terrorismo islamista es «contra Occidente», contra «nuestros valores» y contra «nuestro modo de vida». Se pasa por alto un pequeño detalle: los ataques terroristas contra «Occidente» son minoritarios si se los compara en frecuencia y letalidad con los producidos contra el resto del mundo y, sobre todo, los practicados en países de mayoría musulmana. Si la religión es la causa, tendría que saberse que esa religión prohíbe explícitamente el asesinado de correligionarios, aunque ya se sabe lo acomodaticias que suelen ser estas ideologías: los practicantes de la variable sunita pueden considerar no-musulmanes a los sufíes de la península del Sinaí, aunque estos se declaren seguidores del Profeta y celebren sus aniversarios como los demás musulmanes.

Pero es que el recurso al texto sagrado siempre es problemático ya que, en él, que no es un código de derecho civil sino una fuente de inspiración, se pueden encontrar legitimaciones tanto de una cosa (la violencia) como de su contrario (la no-violencia o, si se prefiere, la paz). Igual que en el cristianismo no solo en su Antiguo Testamento con escenas de exaltación de la violencia más bien extremas (la escena del futuro rey David presentando al rey Saúl los doscientos prepucios de filisteos para así conseguir la mano de la hija de este, es un buen ejemplo -( Samuel 18:27-). También en el Nuevo Testamento se puede seguir a quien dice «No he venido a traer la paz, sino la espada» (Mateo 10:34) o al Jesús que dice a Pedro «Mete la espada en su vaina» (Juan 18:11) que, evidentemente, iba armado. Pero, a lo que voy, no sirve de mucho instalarse en la pregunta sobre «contra» quién ni tampoco afirmar que todo se debe a una creencia. Hay que preguntarse algo más: por qué se produce.

La violencia contra las mujeres, como su mismo nombre indica, sí se practica contra alguien: las mujeres. Pero igual que sucede con el terrorismo islamista, que toma una luz diferente cuando se ve contra quién se dirige, ya que, sin suprimir los objetivos «anti-occidentales», hace ver que hay otros problemas, objetivos y motivaciones diferentes, con la violencia contra las mujeres podría suceder algo semejante (no idéntico, claro). Quiero decir que instalarse en el anti-machismo, como en el anti-islamismo, no proporciona buenas indicaciones sobre cómo terminar con tales comportamientos. Si situamos la violencia contra las mujeres en el contexto de la violencia contra los considerados como vulnerables (niños, ancianos, vagabundos), el papel de la ideología se reduce notablemente, aunque no desaparece.

Tampoco desaparece la ideología de los que se instalan en proclamar y reducir la cuestión a «terrorismo islamista contra nosotros» o a «terrorismo machista contra las mujeres». También son ideologías más o menos elaboradas y con enlaces con otras ideologías más o menos en alza. Planteadas así, no proporcionan, que yo sepa, buenos instrumentos para evitar esas violencias. La xenofobia y el control del diferente y el etiquetado y el aumento de penas, si no se va a las causas no-ideológicas, probablemente solo hacen aumentar el problema, aunque proporcione satisfacciones intelectuales como las que presta cualquier visión simplista en un mundo complicado, que lo ha sido siempre y siempre ha producido respuestas fáciles que dejen «corazones y mentes» en sosiego y quietud.

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