En el ya próximo 2018, se cumplirán setenta de la proclamación por las Naciones Unidas de la Carta Universal de los Derechos Humanos, tanto o más olvidados que los de la Carta Constitucional. Cada una de ellas contiene también obsolescencias y concesiones junto al reconocimiento inapelable de los derechos básicos para la vida humana digna. Destacan en este caso, asociados a la política local en Alicante y en otros muchos ayuntamientos españoles éstos reconocidos en la Constitución: la libertad, la igualdad y el pluralismo político.

La Carta de los Derechos Humanos recoge otros más inapelables y peor recordados: derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de las personas; derecho a la libertad de opinión y de expresión; a no ser molestado a causa de sus opiniones; derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. Fue lo que muchos aprendieron en esta ciudad en el Club de Amigos de la UNESCO que, como escribió Josevicente Mateo en su libro Los Amigos de la Unesco de Alicante, funcionó como un espacio, más bien una isla, de libertad sin temores, una forma de experiencia y aprendizaje democrático en la convivencia cotidiana. Allí predominaron los valores humanísticos de convivencia, tolerancia, respeto, diálogo? como formas de la solidaridad. Es dudoso que queden muchos rastros de esos valores, en esta ya rodada democracia. Y lo es más en la práctica política de los representantes públicos. El respeto a la opinión política, el derecho a la libertad de opinión y expresión, a no ser molestado por eso, a investigar y recibir informaciones y opiniones, difundirlas por cualquier medio de expresión? la protección para hacerlo con seguridad, el derecho al disfrute del tiempo libre, parecen hoy, 70 años después de su proclamación, una loca utopía de visionarios radicales.

Como utopía inapropiada debe entenderlo el primer edil de Alicante cuando, por ejemplo, olvida el derecho de toda persona al descanso y al tiempo libre en el asunto de la apertura comercial; el derecho a la libertad política, a la libertad de expresión y la seguridad a ejercerla que estuvo ausente en el pleno municipal cuando un pequeño grupo de trabajadores portuarios pudo insultar, amenazar, rodear al concejal Pavón que defendió de nuevo la salud de los vecinos del puerto, el sentido común que debería ser general. Pudieron porque ni siquiera estaban presentes los pocos policías locales que vigilan al público que asiste a los plenos. Miguel Ángel Pavón, es, tanto como el alcalde, un representante del pueblo que ha demostrado su entrega al trabajo, su honestidad, con tantos aciertos y algunos errores propios de los humanos, no de la mala fe ni del enconamiento que lleva practicando el alcalde contra su izquierda, ésa que lleva hoy el cartel de «la izquierda» y la otra a la que no pertenece, la que es capaz de distinguir el valor de los derechos humanos por encima de los intereses particulares. Esos derechos están literalmente recogidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos, un documento que está cayendo en el olvido como ha recordado el organismo de las Naciones Unidas en este aniversario. Los acontecimientos de ese pleno son un síntoma grave de endeblez democrática que se está haciendo crónica en el municipio alicantino.

No estaría mal que, para facilitar su recuerdo, los representantes electos manifestaran su compromiso de respeto a la Carta de los Derechos Humanos con el mismo boato con que se manifiesta la adhesión a la Constitución española en el momento de tomar posesión de su cargo.

Con este grave hecho, queda también tocada la esperanza, desde su escasa fuerza escribo estas líneas, me alienta el amor.