Durante mucho tiempo, uno de los principales objetivos de la psicoterapia ha sido la modificación de conducta. Repetidamente los pacientes muestran interés por mejorar sus hábitos alimentarios, alcanzar un desempeño profesional más satisfactorio, reducir sus reacciones agresivas, mejorar su rendimiento académico, etc. Para ello, las diferentes escuelas psicológicas han propuesto múltiples estrategias. Hoy vamos a detenernos en el método de los patrones de comportamiento, realmente eficaz para estos fines, y que se aleja mucho de los modelos clásicos de cambio. Y es que tradicionalmente, se usaba -y se sigue empleando- la técnica del refuerzo positivo o negativo, siguiendo los modelos del fisiólogo Pavlov y el psicólogo Skinner. Las recompensas y castigos de toda la vida. Estamos habituados a premiar los buenos resultados de, por ejemplo, nuestros hijos, y a castigar las conductas que queremos extinguir. Este modo de hacer las cosas se emplea también en las escuelas, en los puestos de trabajo? Parece algo totalmente lógico, sin embargo, detengámonos a analizarlo detenidamente. Cuando castigamos a un niño por no hacer los deberes, solemos decirle: «Te has portado mal, en consecuencia, hoy no podrás ver la televisión». Probablemente, de todas las acciones que el joven ha realizado en el día, sólo hemos comentado aquella que no ha desempeñado satisfactoriamente. Con ello, subrayamos esa conducta y la reforzamos. Lo más seguro es que el chico sienta frustración, tristeza o rabia, y finalmente, pase una mala tarde. La pasará castigado, y ese estado comenzará a volverse familiar. Pero en los padres también se produce un cambio trascendente: cuantas más veces se centren en las cosas que su hijo hace mal, mayor será su tendencia a percibirlas, y menos se detendrán en lo que hace bien. Los jóvenes lo describen perfectamente con la frase «¡Ese profesor me tiene manía!». Poco a poco, el concepto que tendrá de sí mismo es el de un chico que hace las cosas mal y actuará en consecuencia. Si pidiéramos a este joven que interpretase el papel de un niño ejemplar, de buen seguro sería capaz de hacerlo. Hasta el más travieso podría interpretar ese papel con la suficiente motivación. De ello deducimos que todos tenemos un buen número de patrones de comportamiento aprendidos. Podemos interpretar múltiples roles. ¿Cuál de ellos elegimos para nuestra vida? El que más se ve reforzado, especialmente durante la infancia. Por ello, la recomendación, es subrayar -comentándolos- aquellos aspectos del otro que deseamos reforzar, y no prestar atención a los que no encajan con nuestras expectativas. Finalmente, escuchar mejor a los demás, aunque sus palabras suenen a justificaciones. Probablemente, nos estén dando la solución.