Como diría Don Hilarión: «Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad». Mas, parece que la realidad científica transite por un lado y el teatro político por otro.

Caminos paralelos. Viajan juntos, se miran los unos a los otros. Se comunican los problemas y cumplen los investigadores sus responsabilidades. Se dan la mano, como gesto de colaboración. Pero la mano está vacía. De intenciones económicas sobre todo.

La causa, que nos hemos enquistado en el absurdo caparazón calcáneo del egoísmo personal, del egocentrismo político o la concepción reaccionaria de lo social.

El Estado de las Libertades debe constituir un seguro para que el país pueda avanzar, sin trabas, dentro de un sistema democrático que asegure la limpieza de lo acordado.

Sin embargo, lo que vemos, en este momento, es justo lo contrario. Lo importante no es España. Lo importante son las mil siglas que conforman el espectro de grupos, expresión de mil ideas, que conviven en un ambiente enrarecido y cutre.

Lo último es el ciudadano. Lo último, digo y lo hago con intención. Y así, los técnicos nos desgañitamos año tras año, escritos tras escritos, conferencias tras conferencias, en que hay situaciones sociales o científicas (en el fondo todo es científico) que se desbordan por la apatía estremecedora de la Administración. Con mayúscula.

Véase, por ejemplo, la situación de las personas mayores en España. La ciencia avanza, mientras el ostracismo administrativo mira a la Luna, que está en la Supernova.

La «Nueva Adolescencia», esa «gerolescencia» que es una realidad en el año 17 del siglo XXI, ¿qué futuro contempla?

Dice María Blasco, viviremos ¡sanos! hasta los 140 años. Y ¿qué apuntan los políticos, los ejecutivos, los técnicos de la cosa de la súper administración?

Los científicos, los sociólogos, algunos politólogos; las sociedades y asociaciones científicas, como, por ejemplo, la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, proponemos caminos directos, indirectos y alternativos, que ayuden a entrever las que mejor puedan concluir en soluciones concretas necesarias.

Mas, los criterios técnico-científicos tropiezan con el quiste que representa un equivocado concepto de hacer país. Tendríamos que volver a empezar de nuevo.

Se desbordan los gastos en fruslerías, intenciones huecas que conducen a la nada; paripés egocéntricos, asesorías, señorías, toda una constelación de «estrellas y estrellitas» que componen la vía láctea de despilfarro.

Mientras tanto, es lo que tenemos, el sistema español de I+D ha perdido un 35% del presupuesto respecto al máximo alcanzado en 2009. Añádase: más de diez mil investigadores menos que en 2010.

¿La causa? Lo dicen los entendidos: las trabas burocráticas lastran el potencial científico español. Dificultades administrativas de un sistema que parece ser tan rígido que no permite el crecimiento de la criatura, a la que tiene que alimentar.

En el caso que nos importa: la investigación en peligro. En el caso que nos agobia: la población de más de 70 años, que no son los ciudadanos de principios del siglo XX, pobres abuelitos a los que hay que cuidar. Que son personas capaces, que sufren una nueva adolescencia, la «gerolescencia», y que es esa nueva situación personal que aparece a los sesenta y tantos años y que provoca una verdadera revolución, primero personal y después social.

Lo expuse en dos conferencias impartidas en Alicante en octubre (Grupo de Estudios de Actualidad y Ateneo Científico y Literario) y lo reafirmé en la conferencia que desarrollé en noviembre, en la «II Jornada: Actividad Física y Personas Mayores» a la que tuve el honor de ser invitado por el IMSERSO en la sede central de Madrid.

Se trata de abuelos, viejos o ancianos, que han rechazado la terminología «Tercera Edad» y se han aferrado a la vida. Se trata, pues, de una sociedad que trabaja, estudia, enseña, opina, hace ejercicio, ayuda a la familia, y cobra una pensión. Un nuevo envejecimiento activo que promovemos muchos, con el apoyo de las entidades europeas y de la Universidad de Alicante, que se encuentra totalmente convencida e implicada.

Y si María Blasco afirma que, con un mínimo de ¿suerte? podremos vivir hasta los 140 años sin enfermedades, algo tendrán (tendremos) que hacer.

La pregunta es: ¿y cómo se mantendrá el bienestar social de los «gerolescentes» en una comunidad en la que serán mayoría? ¿Cómo se resuelven los problemas sociales mientras nuestros políticos pasan los días mirándose al ombligo?

¿Cómo se resuelven los problemas, mientras nuestros «pensadores» padecen, como en el caso de la demencia, una anomalía de la memoria de lo actual y del futuro, acordándose solamente del pasado?

Los grandes retos están en precario: la investigación científica y la suerte de las personas mayores, que estamos despertando, empujados por los avances de la ciencia y de nuestras propias convicciones.