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Tomás Mayoral

Opinión

Tomás Mayoral

Catástrofes a fuego lento

El cine de catástrofes climáticas nos ha acostumbrado en alguno de sus títulos más destacados a constreñir en poco más de dos horas lo que habitualmente tarda décadas en producirse. El resultado es que nos los tomamos como obras de una ficción lejana e improbable, suspendemos la incredulidad un par de horas para disfrutar del mal rato y los efectos especiales, y luego nos vamos tan tranquilos como si el tema no fuera con nosotros. O como si a nosotros el acabose no nos fuera a pillar (vivos). Pero de vez en cuando, llega algún aguafiestas muy bien documentado, como es el caso del climatólogo Jorge Olcina, y nos muestra un futuro muy real, sin efectos digitales de ordenador y con efectos palpables sobre la vida diaria. No es que se que se vaya a caer a trozos el Cristo Redentor del Corcovado, como pasaba en el film de Ronald Emmerich '2012', sino que la subida del nivel del mar que nos está trayendo el cambio climático se va a comer las playas en las que tanto disfrutamos, va a convertir las noches en saunas insufribles con temperaturas como para no pegar ojo o va a hacer que el precio del agua sea tan alto que lo prohibitivo será tomarse el whisky 'on the rocks'. Tan realista es el informe que Olcina trae bajo el brazo que en realidad lo que analiza es el impacto económico de ese cambio en el clima en nuestra primera industria, el turismo. Sería miope quedarnos con el dato 'positivo' de que el calentamiento puede proporcionarnos una 'temporada alta' que dure nueve meses al año, sin reparar en que la elevación de las temperaturas puede ser tan enemiga del turista como lo que hasta ahora hemos denominado 'mal tiempo'. No hay película que refleje esto. Es tan difícil imaginárselo y parece estar tan lejos, a 30 años vista, que hace falta mucha anticipación mental para hacer lo que los 'aguafiestas' cargados de razón como Olcina nos aconsejan: tomar medidas ahora, ya, antes de que sea tarde.

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