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Vuelta de hoja

Frío

Hace frío. Un frío mesetario, canalla y barriobajero. La sensación térmica de los polígonos industriales en la alta noche cuando no sabes si vas o vienes. El frío macho y áspero, que levanta papeles y pellejos. El enemigo está en las esquinas donde el aire se vuelve hielo con su tridente azul y su lengua de escarcha. Sí, quiere lamernos el frío las corvas desprevenidas. Ahora el frío se disfraza bajo la manta tonta de un sol feble. Ahora el frío no avisa y se planta en la punta de tus pies sorpresivamente, con fiereza de escalpelo roto. Hace frío en las roquedas y en las azoteas donde riñen los gatos de orejas melladas, frío en los cristales donde danza el vaho, en las terminales de autobuses y en la noche recién nacida. Frío en las ansias de los enfermos terminales y en los mataderos, donde los cuchillos de destazar son los rayos del último aliento. Frío en el horror de los campos de refugiados y en las alambradas donde queda prendida la piel de la ignominia, en las pateras donde la muerte sabe a sal, en la enloquecida furia de las porras policiales y las balas de goma y en la vesania de los políticos hueros, ahítos de soberbia, que desconocen que bajo un número habita un ser humano. Pero hay otro frío que quedó prendido para siempre en esta tierra violenta y cainita, esta tierra que tan bien conocía don Antonio Machado «el Bueno». Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Y así seguimos, don Antonio, con el corazón en un puño y congelado. Sigue la justicia con los ojos destapados y la balanza dislocada dejándose sodomizar por glotones sin escrúpulos, sátrapas, corruptos, violadores de inocencias, asesinos de palomas. Seguimos partidos en dos y eso sigue interesando. La discordia, la batalla de las banderas, la fantasía de creernos libres y documentados es el caldo de cultivo del que se nutre el poder para mantenernos esclavos y sin criterio. Damos por bueno que un chaval robe ochenta euros para darse una fiesta y que esté en la trena cuando los que se embaúlan millones luzcan corbata y sonrisa profidén en la calle. Entendemos como espectros lobotomizados que el presidente del gobierno aparezca en los turbios papeles de contabilidad de un delincuente como beneficiario de las trapacerías, el mismo presidente que aplica un artículo abominable en una autonomía para castrarla y pacer a sus anchas por ella. No sólo lo entendemos, sino que seguimos votándole y poniéndole en la cabeza los laureles de la divinidad. ¡Grande, Eme punto Rajoy! Qué gran labor, partiendo de la nada. Cuando alcances las más altas cimas de la miseria no habrás dejado piedra sobre piedra y todo sin mover un músculo. Nosotros ya estamos en esa cima. Gracias, presidente.

La justicia, mamporrera del poder, corre como una liebre cuando le interesa. Para el chaval de los ochenta euros o para la cúpula de un gobierno elegido democráticamente y que tiene la osadía de preguntar al pueblo. Para los ladrones de alta cuna, gasta parsimonia de buey viejo. Los barandas catalanes al día siguiente de entregar las urnas a los ciudadanos, fueron encarcelados. Y, andando el tiempo, un juez dictamina que han de seguir a la sombra en evitación de una «explosión de violencia». No hombre, no. Sacar urnas y manifestarse pacíficamente no es violencia. Violencia es sacar ancianos a patadas de sus casas, subir estrepitosamente el recibo de la luz en plena ola de frío, mirar a Cataluña cuando cientos de desahuciados se tiran por la ventana, las preferentes, los eres, las tarjetas negras como la brea, la Gürtel, los niños en el umbral de la pobreza, la policía dando hostias como panes, no cumplir con el cupo de refugiados, tirar a dar a gente que se ahoga, hacer más crueles las alambradas con concertinas, acabar con la hucha de las pensiones, propiciar el despido libre, saquear un país, quitar y poner jueces a capricho, enaltecer la entelequia del ardor patrio que genera altercados, subvencionar fundaciones franquistas, mantener calles con nombres de golpistas y genocidas y poner con férrea argamasa la piedra angular de un futuro incierto, inhóspito e inhabitable. Eso es violencia. Violencia y mala saña.

Sí, hace frío. Un desasosegante frío de cripta y un enrarecido ambiente apocalíptico que casi nadie ve porque hay vendas para todos, vendas de colorines oreándose en los balcones. Sí, don Antonio, tenemos el corazón helado y una remota tristeza que si la cordura no lo remedia llevaremos por los siglos como una condena sobre esta tierra donde la sombra de Caín se hace escarcha.

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