El dolor cumple una función trascendental para todos nosotros en la medida en que la sensación que produce emite una señal de alerta ante una lesión, un peligro o una disfunción, avisándonos de esta forma para corregir o evitar el motivo causante de la dolencia, evitando así el riesgo que nos puede generar. Es así que la insensibilidad ante el dolor es una disfunción grave que puede provocar importantes riesgos para nuestra salud al no identificar lesiones, enfermedades o peligros para nuestro organismo. Sin embargo, de manera llamativa, nuestra sociedad se ha acostumbrado a no reaccionar ante cada vez más sucesos dolorosos que se producen, que por el contrario deberían de sacudir nuestra conciencia por su extrema gravedad. El último de ellos ha sido la emisión reciente de un documental por la cadena estadounidense CNN en el que se certifica algo que desde hace tiempo se ha venido denunciando, sin mucho éxito por cierto, como es la subasta de inmigrantes en Libia, vendidos como esclavos por poco más de 400 dólares.

La gravedad de los hechos recogidos por las imágenes no representa, ni siquiera, una mínima parte de la extrema crueldad e inhumanidad que desde hace años sufren los inmigrantes de toda África que llegan hasta este país para emprender un incierto viaje hacia Europa y que, en demasiadas ocasiones, se ha visto truncado de las formas más espantosas. Se calcula que unos 20.000 inmigrantes pueden haber sido capturados por las múltiples tribus, milicias y bandas criminales que campan a sus anchas en un país sumido en el caos absoluto, convertido en un Estado fallido seis años después de la desastrosa intervención militar europea que concluyó matando a Muamar el Gadafi. Los vídeos estremecedores de asesinatos masivos de inmigrantes capturados por algunos de esos grupos criminales que se han hecho con pequeñas zonas del país llevan tiempo en las redes sociales, sin que ningún gobierno occidental u organismo de las Naciones Unidas haya movido un solo dedo para evitar tanto espanto.

Pero los testimonios horripilantes de las situaciones que allí sufren estos inmigrantes subsaharianos que recalan en este país llevados por traficantes de personas, tras cobrarles cantidades considerables de dinero, siendo posteriormente abandonados en manos de estos grupos de salvajes, son todavía más horrorosos. Recientemente, el exministro de Cultura de Nigeria Femi Fani-Kayode, se hacía eco de historias personales de compatriotas suyos que tras haber podido regresar al país narraban situaciones monstruosas, como inmigrantes mutilados por simple placer de sus captores, a los que extraían órganos todavía con vida y luego eran quemados vivos. Todo ello mientras en distintos puntos de Libia, como Sabha, Madama o Ubari, miles de ellos son vendidos como esclavos, son encerrados en lugares infames alimentados únicamente con pan y agua durante meses para que no tengan fuerzas para escapar o son obligados a trabajar hasta la muerte porque son fácilmente sustituibles por otros. Estos hechos ya fueron documentados en el pasado mes de abril por la Organización Internacional de Migraciones (IOM), que en un informe detallaba muchas de estas atrocidades a través de testimonios personales documentados, sin que la comunidad internacional hiciera nada.

Desde hace demasiado tiempo, Europa y el resto de países occidentales están protagonizando una política migratoria (por llamarla de alguna manera) tan irresponsable como insensata, que ha facilitado que a sus puertas se estén multiplicando los horrores ante los cuales demuestran una calculada pasividad. La guerra que Francia promovió sobre Libia para derrocar a Gadafi, a principios de 2011, con el apoyo de la OTAN, ha llevado al país a la destrucción, el caos y los combates que los diferentes grupos tribales sostienen para mantener las porciones de territorio que cada uno de ellos controlan, generando un caos de tal naturaleza que hace imposible incluso saber si existe algún tipo de gobierno. A pesar de ello, la UE ha mantenido diferentes acuerdos y tratados con uno de los gobiernos provisionales que se atribuye el poder con el fin de formar a fuerzas policiales, mantener campos de internamiento para inmigrantes (los llamados «hot-spots») y comprar equipamiento para la guardia costera con el que poder actuar contra los inmigrantes y contra las ONG que tratan de salvar la vida de aquellas personas que están en peligro. De hecho, la organización española Proactiva Open Arms fue interceptada por patrulleras libias, que incluso llegaron a disparar a su embarcación, Astral, para evitar que pudieran desarrollar su labor de rescate. Todo ello ante la pasividad de los gobiernos europeos y de nuestro propio gobierno, que ni siquiera protestaron por la amenaza hacia la vida de los ciudadanos españoles por parte de los militares libios.

Mientras tanto, hace pocos días, los presidentes de los gobiernos de Francia, Alemania, Italia y España mantuvieron una reunión en Costa del Marfil con varios líderes africanos en la que, ante hechos de tanta gravedad, se limitaron a anunciar lo de siempre, junto a la creación de un grupo de trabajo, sin querer entender ni las causas de estas migraciones dramáticas ni la urgencia de intervenir en Libia para salvar la vida de decenas de miles de africanos. Vamos, lo mismo de siempre.