Una feliz coincidencia permite la duplicación de efemérides el día 6 de diciembre. Así, mientras en España festejábamos el trigésimo noveno aniversario de la Constitución con la mente puesta en su reforma, en Bélgica se celebraba la festividad de San Nicolás. Cada año, a mediados de noviembre, el santo llega en barco desde Alicante a las costas del Norte y regresa en diciembre, después de haber colmado a los niños de dulces y regalos.

El santo de Bari, lugar donde se conservan sus reliquias, tiene fama universal como protector de niños y pobres, además de ser el patrono de los marineros. Vivió en el siglo IV, fue obispo de Mira, ciudad del Imperio Romano de Oriente y, al parecer, murió un 6 de diciembre.

Las escasas crónicas sobre su figura cuentan que sufrió cautiverio y que al ser liberado tenía la barba y los cabellos largos y blancos. Sea como fuere, la festividad de San Nicolás («Sinterklaas») está en el origen de Santa Claus -denominación adoptada por los angloparlantes- ya que los emigrantes holandeses mantuvieron su celebración en las nuevas colonias como Nueva Amsterdam, la actual Nueva York. Pero esta es otra historia.

Los milagros del santo extendieron su fama por toda Europa. Se dice que llegó a conseguir desde la distancia la absolución de unos amigos que habían sido acusados falsamente, apareciéndose en sueños al juez para decirle que eran inocentes.

La despedida del otoño se ha distinguido por la coincidencia encantadora de dos viajes fabulosos, el de San Nicolás y el de Puigdemont.

Tal vez el expresidente, sabedor de la devoción que profesan a San Nicolás en el Norte de Europa y de su intercesión eficaz en las causas judiciales, haya procurado la invocación del santo para que medie en su causa. Efectivamente, ya ha obtenido la tutela del juez belga, quien no se ha pronunciado el día 4 como estaba previsto, sino que ha pospuesto su decisión hasta el día 14. A salvo queda Puigdemont para celebrar la entrañable festividad en suelo belga y excusado de regresar a España precisamente el abominable día de la Constitución.

No obstante, tal dilación del juez siembra la duda sobre la justicia española y quiebra el espíritu de las órdenes europeas, inspirado en la existencia de un espacio común de libertad, seguridad y justicia, y en los principios de reconocimiento mutuo y de confianza recíproca entre los estados de la Unión. Por no mencionar la celeridad y la simplificación del procedimiento que pretendían.

Precisamente, el día 5 de diciembre, cuando San Nicolás y sus pajes repartían los regalos y Puigdemont se preparaba para una exhibición de fuerza en el corazón de Europa, el magistrado Llarena dejaba sin efecto la orden europea de detención. La finalidad de la medida era evitar que la justicia belga acordase la entrega de los fugados con restricciones sobre los delitos por los que habrían de ser juzgados, concretamente el de rebelión. En definitiva, impedir que la incertidumbre sobre la tipificación homogénea de ciertos delitos en España y en Bélgica, pudiera frustrar la unidad de la causa y distorsionar la defensa de los encausados, quienes podrían ser investigados y enjuiciados por todos los delitos, colocándose así en «peor derecho» que los fugados.

Por otra parte, el autoproclamado gobierno en el exilio parece haber mostrado su intención de volver a España con la finalidad de tomar posesión y ejercer los cargos para los que concurre a las elecciones, dice Llarena para fundamentar su decisión.

Entretanto, la acumulación de efemérides en estos días favorece la avalancha de portadores de banderas esteladas en las plazas belgas, un escenario propicio para la propaganda de las consabidas consignas independentistas.

Acogerse a sagrado en un país de fábula para vivir del cuento bajo la advocación de San Nicolás y de un juez indulgente e inventar un relato fantástico que lo adorna, podría parecer propio de un cuentista y, en efecto lo es, el cuento de nunca acabar.