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En pocas palabras

En la lonja del pescado

Ay, Inocencio Galindo Mateo, que ni siquiera en tu Memorial pude llorar. Con lo que me gusta echar la lagrimita. Pero casi fue mejor así. A tu gusto. Con unas risas de por medio. ¿Cómo podemos vivir sin tu risa, sin tu carcajada, sin tu retranca y el marcado acento de la tierra que te vio nacer? Te lo cuento para que allá donde estés sigas sonriendo a mi costa, como tantas veces hiciste.

Acudí a la Lonja del Pescado el miércoles 29 de noviembre, a participar del homenaje que en forma de instalación te había tributado tu compañero José Vicente Martín. En la sala intermedia, en ese momento la única muestra de todo el complejo. Y sin un solo visitante en el lugar.

Nada más entrar me atrajo la proyección en la pared de unas imágenes completamente desenfocadas. Desde luego mucho más difusas que los nítidos recuerdos de todo cuanto compartimos desde que nos amigamos al inicio de los ochenta, cuando yo apenas tenía veinte años y tú dos menos. Me senté en el banco situado frente a la pared a intentar descifrar alguna de las imágenes, mirando de reojo a las que se proyectaban en el suelo, estas sí diáfanas, evocando el mar. En eso que una conserje salida de no sé dónde se acercó a decirme que yo no podía sentarme ahí. No, Ino. Resulta que estaba sentado en la obra. El banco formaba parte de la instalación.

Ni que decir tiene que ahí se acabó el drama. Casi antes de empezar. En la otra pared había una cartela grande con un texto largo, titulado Memorial. Que imponer, imponía lo suyo. Pero a esas alturas quién podía llorar.

Inconscientemente, comencé a visionar nuestra película. Con interiores en la Corredera de Villena y en la calle Sorní de Valencia. Y así te sigo recordando todos los días. Como cuando éramos jóvenes, guapos y teníamos tantas vidas por delante. La mía sin ti habría sido mucho más prosaica.

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