La información se está convirtiendo en una auténtica paradoja. Sin información no hay opinión, y sin opinión ¿qué nos queda? Cuando la información está manipulada las creencias individuales y colectivas se construyen en una realidad paralela, donde los que la formalizan lo hacen en base a un ideario previamente marcado y con unos objetivos muy concretos, el de falsificar la verdad en beneficio propio.

Inmersos en una actualidad tecnológica donde la información fluye a un ritmo desproporcionado, la verdad puede pasar a un segundo o tercer plano sin que se resquebraje el mensaje. El ciudadano común, puede perfectamente estar en una creencia falsa sin que nada ni nadie medie para sacarlo de su error. Y en el caso de que un alma cándida pretenda desenmarañar la equivocación, puede encontrarse con una cerrazón irracional por parte del implicado que lo desorientará e incluso conseguirá que la duda salte también en su interior.

Nos encontramos en una lucha abierta donde los medios de comunicación a través de sus tertulianos, informantes clave y opinadores se enfrentan al poder establecido intentando imponer sus preceptos. Los que ostentan el poder se defienden utilizando estrategias de corte emocional, para conseguir amortiguar los embates de la opinión pública capitaneada por los medios. En esta contienda aparece un neologismo que pretende dar forma y contenido a la información manipulada emocionalmente y nace la posverdad.

Los que conocen más en profundidad el comportamiento humano normal, saben que apelar a las emociones es un seguro de éxito, con independencia de lo que se pretenda realmente. De hecho un buen publicista utiliza las emociones para vender un perfume, un detergente o una triste botella de agua, a sabiendas de que calará profundamente en las creencias e inclinaciones de compra de los usuarios. De aquí se desprende que los encargados de hacer política activa estén aprovechando este axioma para conseguir sus objetivos.

La posverdad es una mentira apoyada en las emociones, donde lo importante no es la evidencia de las cosas, sino sus consecuencias. Si analizamos los acontecimientos políticos en perspectiva, podemos comprobar legislatura tras legislatura que los compromisos adquiridos por el partido en el poder no se cumplen ni de lejos y, en cambio, pueden seguir recibiendo el apoyo de los votos una y otra vez. En los últimos tiempos de alboroto independentista podemos asistir a una clara política de la posverdad, donde un expresidente huido de la justicia hace campaña electoral desde un autoexilio interesado apelando a las emociones. Según las encuestas parece que vuelve a funcionar. Para ganar en política, no hay que andarse con verdades, es imprescindible ampararse en la posverdad, y así nos va.