No puedo evitar hoy, en el aniversario de nuestra Constitución Española, pensar como abogado. Siempre la profesión u oficio influye en la personalidad de cada uno, es un axioma reconocido, pues son las circunstancias profesionales importantes e influyentes. Esta vieja locución latina viene a expresar que lo pactado obliga: «El contrato es ley entre las partes». El artículo 26 de la Convención de Viena refiere que «todo tratado en vigor obliga a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe». En nuestro Código Civil este principio se refleja en los artículos 1.089 y 1.091 ?«las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de Ley entre las partes contratantes y deben cumplirse a tenor de las mismas».

Nuestra Constitución no es más que un incuestionable contrato de ámbito nacional en el que los comparecientes, diputados y senadores, que representan a todo un pueblo y a una nación, España, elegidos en sufragio libre y universal, se ponen juntos a trabajar para acabar para siempre con aquella España «que helaba a los españolitos que nacieran el corazón» y que quiere salir en paz de una dictadura y olvidar una guerra civil y otras tantas guerras de sucesiones que asolaron nuestro país en el siglo XVIII y, en negro sobre blanco, comienzan a plasmar, con tinta indeleble y a gestar una nueva España, entre todos, para todos. Ocurrió lo que tantas veces cito, de Maritain, que: «Solo el pueblo salva al pueblo». Y se redactará y firmará por todos los parlamentarios nuestra Constitución Española que será refrendada por amplias mayorías del pueblo español, al que se le ha devuelto la soberanía nacional.

Es un contrato cargado de amor, tolerancia, de lealtades, de reconocimiento de errores, de manos tendidas, de olvidos, con el objetivo de vivir en paz y para alcanzar, con el trabajo de todos, altas cotas de progreso y libertad.

Y ese contrato fue posible, lo hemos referido en alguna ocasión, por la participación de todos los partidos, todas las ideologías. En la primera sesión del Congreso de Diputados, cuando el hemiciclo está ya prácticamente lleno, con exministros del régimen y representantes de otros partidos, UCD, PSOE, PC entre otros, y presto a comenzar la legislatura constituyente, entrará al Congreso, por la puerta principal, Dolores Ibarruri, La Pasionaria, del brazo de nuestra diputada alicantina Pilar Bravo, comunista, con andar pausado, un traje negro largo y una cofia en la cabeza y cara sonriente. Estoy con otro compañero en el pasillo para entrar y le cedemos el paso. Era el último eslabón de la cadena que iba a cerrar a marchamartillo viejas heridas, para siempre, de una España agotada, para dar paso a una nueva España ilusionante y con voluntad de permanencia. Era la aceptación palmaria de una izquierda que nunca se rindió, de arriar sus banderas, con voluntad de trabajar todos juntos, sin exclusión, abriendo un horizonte luminoso. Y comenzaron a redactar este universal contrato de todo un pueblo, que plasman en la Constitución.

Y así, en el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, en sesión plenaria número 52 celebrada el martes, 31 de octubre de 1978, bajo la presidencia de mi inolvidable y querido amigo don Fernando Álvarez de Miranda y Torres, se va a recoger el resultado de la votación y explicación de votos de los portavoces de los partidos sobre el Dictamen de la Comisión Mixta Congreso?Senado sobre el Proyecto de Constitución.

El presidente destaca «la solemnidad del acto que tiene lugar en este momento, con el que se da cima a una importante etapa histórica, ya que a partir de ahora España va a contar con una Constitución que ampara los derechos y libertades de todos los españoles». Producida la votación, el resultado es el siguiente: votos emitidos 345; ausencias cinco; a favor 325, en contra seis; abstenciones 14.

El presidente, reconoce, no debiéramos de olvidar nunca que: «Esta Constitución modesta, realista e ilusionada abre, sin embargo, muchas prometedoras posibilidades a la imaginación y a la prudencia de nuestros políticos y a la ciencia y capacidad creadora de nuestros juristas, a quienes desde aquí convoco para dotar a España, a partir de este modesto texto de la doctrina constitucional que nunca en su historia ha tenido; porque, sin duda, va a ser la piedra angular de todo nuestro ordenamiento jurídico, el principio ordenador y básico de las leyes orgánicas que en un futuro inmediato, van a dar forma a los múltiples aspectos de la vida pública y de las instituciones de nuestro pueblo».

Y todos reconocimos y convinimos que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Que la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado. Pronunciamiento a veces olvidado por dirigentes obligados a observarlo, que es irrenunciable. Y se reconoce que España «propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político», que es base de la democracia. Y se acepta y aprueba que «la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria». Sin olvidar que también se conviene que «el castellano es la lengua española oficial del Estado, todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Y se determinará, por esas amplias mayorías, que «la bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas».

Se olvida con frecuencia que la Constitución prevé su desarrollo y aplicación de sus principios, mediante leyes orgánicas y estatutos de autonomía y hasta su modificación con mayorías cualificadas. Háganlo si falta hiciera; pero hoy por hoy ese contrato debe de seguir cumpliéndose con lealtad, respeto y responsabilidad.

Hoy es la fiesta mayor de España. Feliz día de nuestra Constitución Española.