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La izquierda y la falacia del internacionalismo

Desde que en 1848, Marx y Engels finalizaran su Manifiesto Comunista lanzando aquella arenga de "proletarios de mundo, uníos", el internacionalismo pasa a ser el santo y seña de la izquierda en todo el mundo. No en vano, el marxista alemán Liebknecht, presidente del Congreso de París de 1889 que fundó la Segunda Internacional, señaló en su discurso inaugural que ésta era "el primer parlamento de la clase trabajadora internacional reunida para concluir una alianza sagrada del internacionalismo proletario". Para aquellos pioneros del marxismo la revolución era una obra internacional, que requería el esfuerzo y la lucha de los proletarios, más allá de las fronteras nacionales, porque, como señaló el propio Marx, "los obreros no tienen patria". Sin embargo, en la práctica, éste, como la mayoría de los postulados marxistas, no pasó de ser una mera proclama utópica y vacía de contenido, sin ninguna virtualidad, ni aplicación práctica. Así, cuando en 1914, apenas 25 años después del congreso de París, Europa se deslizaba a una guerra que iba a dejar más de 20 millones de muertos y el diputado socialista y pacifista francés Jean Jaurés hacía desesperados llamamientos a los partidos de la Internacional Socialista y a todos los obreros de los países beligerantes a unirse en contra de "la horrible pesadilla", su propio partido, la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), junto con los principales sindicatos franceses, firmaban la Unión Sagrada con el resto de los partidos burgueses, y arrastraban a la clase obrera francesa a aquella terrible carnicería en los campos de batalla de Flandes. No es extrañar, pues, que el asesinato de Jaurés, acaecido tres días antes del estallido de la Gran Guerra, a manos de un ultranacionalista, fuera recibido con aplausos en la propia Asamblea Nacional, llevando al primer ministro, el belicista Raymond Poincaré, a exclamar aquello de que "aquí ya no hay opositores. Sólo hay franceses". En el bando contrario ocurría exactamente lo mismo. A pesar de que, tan solo dos años antes, en el Congreso de Basilea de 1912, los países de la Internacional socialista habían adoptado por unanimidad una resolución oponiéndose a la guerra que se avecinaba, por tratarse de una "guerra imperialista", cuando el 1 de agosto Alemania declara la guerra a Rusia el SPD alemán, que por aquel entonces contaba con un millón de afiliados, lejos de oponerse, apoya la misma calificándola de "guerra defensiva" contra la agresión zarista y vota en el Reischstag a favor del presupuesto de guerra presentado por el Kaiser. La suerte estaba echada. Con la fundación de la Tercera Internacional en 1919 por el propio Lenin, la causa del internacionalismo se diluye aún más, si cabe. Tras el triunfo de la revolución de Octubre, el partido bolchevique se convierte en el faro de la revolución mundial y la URSS pasa a ser la patria y el paraíso de la clase obrera. Así, la única función de los partidos marxistas de la Europa Occidental no es la de tratar de hacer una impensable revolución sino la de representar los intereses del Estado soviético bajo el eufemismo de la defensa del "internacionalismo proletario". Durante muchos años, los partidos comunistas de países como Francia, Italia y no digamos el partido comunista de España o el portugués, (cuyos principales líderes, Dolores Ibárrurri y Álvaro Cunhal, pasaron la mayor parte de su exilio en Moscú) fueron meras sucursales dirigidas desde la sede moscovita del PCUS, a través de la fantasmagórica Kominform. Así pues, no es de extrañar que, cuando se destituye y ejecuta al gobierno reformista húngaro de Imre Nagy en 1956, o cuando los tanques soviéticos invaden Checoslovaquia acabando con la primavera de Praga de 1968, o, en fin, cuando el general Jaruzelski da un golpe de Estado en la Polonia de 1981, instaurando la ley marcial para acabar con las revueltas del sindicato católico Solidaridad, todo se haga en nombre de la sacrosanta revolución mundial y del internacionalismo proletario. Por ello, todos los que tenemos una clara sensibilidad de izquierdas sentimos un cierto rubor cuando oímos, aún hoy en día, a algunos de los líderes de la izquierda de nuestro país invocar como único argumento y justificación para oponerse al independentismo y a los nacionalismos secesionistas que amenazan la soberanía nacional aquello de que nosotros los socialistas "somos la izquierda internacionalista". Y así, declaraciones como las del presidente de la Comunidad Valenciana, manifestando que "somos tan valencianistas como internacionalistas", causan tanto estupor como vergüenza ajena. Así pues, ya va siendo hora de que, frente a todos esos nacionalismos disgregadores e insolidarios que llevan casi 40 años campando a sus anchas por este país, la izquierda democrática oponga un discurso sólido y riguroso que ponga en valor conceptos como la ciudadanía, la solidaridad interterritorial o la lealtad constitucional; alejándose, de una vez por todas, de plurinacionalidades improvisadas, anacrónicas invocaciones a internacionalismos trasnochados y demás ocurrencias. Hagamos el esfuerzo.

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