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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

El poder es esto

El pasado sábado actuó la Orquesta Sinfónica de Bankia en el Teatro Principal. Una formación llena de chicos y chicas jóvenes que, en tiempos de bloggers, influencers, youtubers y communities, aspiran a ganarse la vida tocando música clásica, ya ven (ya lo decía el Gallo: hay gente «pa tó»...). No sabemos si lo conseguirán, pero al menos el sábado contribuyeron a meter calor en el cuerpo de los afortunados que tuvimos la suerte de verlos en vivo y en directo (no en streaming, ni en Facebook live, ni en Snapchat) haciendo más llevadero el día más gélido de los que llevamos de año. Daba gusto (y envidia, mucha envidia) ver a los chavales abrazarse y darse besos al acabar el bis (La banda sonora de La Misión, de Ennio Morricone) que nos ofrecieron como fin de fiesta.

Con un programa asequible y fácil de seguir incluso para los oídos más duros, Mozart primero ( Concierto para flauta nº1) y Shuman después ( Sinfonía Renana) nos dejaron la certeza de que si hay música, los males son menos. Creada a principios de 2015, ojalá que esta orquesta se consolide y pueda servir como rampa laboral y formativa para un arte, la música clásica, a la que en España apenas se dedican recursos y atención. La orquesta la dirige desde sus inicios un valenciano, José Sanchís. Y pocas cosas debe haber tan sumamente poderosas como dirigir una orquesta. Porque frente a lo que solemos pensar, poder tenemos casi todos, en un momento dado: tiene poder un rey sobre sus súdbitos, el general sobre los soldados, las multinacionales sobre los gobiernos, sí: pero también lo tiene el padre sobre el hijo, la abeja reina sobre el zángano, el funcionario de Hacienda sobre el contribuyente, la profesora sobre el alumno, o el ama de casa sobre la asistenta (me hace gracia cuando se habla de los de arriba contra los de abajo: dependiendo del día y de la hora, unas veces estamos arriba, y otras veces estamos abajo?).

Pero poder, lo que se dice poder, pocos hay que se visualicen tanto como el que ejerce un director de orquesta. Eso de mover un dedo y que entren ipso-facto veinte violines a una. O levantar la barbilla y que al segundo suenen los trombones. O girar levemente la batuta y que atronen los timbales. Levantar las dos manos y que suenen sesenta instrumentos a la vez. Eso es poder, y lo demás son tonterías.

Y es que, en el fondo, todos llevamos un director de orquesta dentro: damos una orden y queremos que se cumpla; decimos algo al niño, y queremos que obedezca; soltamos un argumento, y exigimos que nos den la razón. Lo malo es que no nos sale nada de esto (y menos a la vez, claro), y así acabamos como acabamos: con el ánimo por los suelos, la autoestima de capa caída y caminito del psicólogo, con ataquitos de ansiedad y despertares sudorosos. Y a un director de orquesta es que le sale todo, maldita sea. Con lo fácil que sería levantar una mano y tener pagados los impuestos, arquear las cejas y que tu familia te entienda, levantar el puño y que el negocio funcione?

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