Ante la serie de descalificaciones orales y escritas que, no solo ahora, sino desde hace meses se han lanzado los integrantes políticos del tripartito político que ha intentado gobernar en Alicante tras las elecciones municipales de 2015, produciendo bochorno e indignación, cabe preguntarse: ¿cómo se aguantaban?

Creo que solo el afán de pavonearse de poder explica el pacto entre miembros que tan mal lo hacían, en opinión de ellos mismos. Porque la ciudad no se ha visto beneficiada en absoluto.

Desde hace años Alicante es noticia por los escándalos y procesos judiciales en las que han estado y están implicados diferentes ediles. Y casi nada positivamente importante que haya ocurrido aquí ha tenido la mínima trascendencia. Los escándalos y falacias apartaron merecidamente al PP del gobierno municipal en 2015 y, seguramente, también contribuyó y mucho el desacierto de su lista de candidatos, encabezada por una persona sin ningún arraigo ni merecimiento adecuado para serlo. Es como si los dirigentes de ese partido hubiesen pensado: Vamos a perder y veremos lo que pasa.

A pesar de todo, el PP fue nuevamente el partido más votado, pero sin alcanzar el nivel imprescindible de la mayoría absoluta, ni contar con apoyos para llegar a ella, teniendo en cuenta el desprestigio acumulado tras veinte años gobernando. Y nuestra ciudad ha continuado enfangada por el lodazal de noticias negativas, mes tras mes, un día y otro y otro?

Así, una provincia como Alicante, que tantos puestos destacados merece por la capacidad de sus habitantes, tiene ahora a su capital tocada y casi hundida, desaparecido gran parte de aquel nervio comercial que llenaba de variada actividad la Rambla, Castaños, la calle Mayor, San Francisco, Altamira, Constitución, Pascual Pérez? Ahora ocupadas casi todas por negocios de restauración.

Pero si, alejándonos del centro urbano, nos dirigimos a cualquier barrio, y no precisamente de los más apartados, el panorama comercial es desolador. Caminando hace días desde ese centro hacia Carolinas, por el trayecto perdí la cuenta de tantos locales que se alquilaban, se vendían o estaban funestamente cerrados, en una demostración de decadencia lamentable.

Hubo un tiempo en que Alicante, capital de la Costa Blanca, y Málaga, capital de la Costa del Sol, rivalizaban casi parejas en su florecer, con más posibilidades incluso para nosotros. Pero ahora la capital malacitana nos supera sobradamente en cualquier aspecto que queramos comparar. Y me ahorro la penosa relación para los alicantinos de todo ello.

Nuestro bagaje actual son las desautorizaciones y las pendencias de quienes querían gobernar la ciudad para traerle nuevos aires renovadores, pero que se han ganado múltiples enemistades entre ellos mismos y en numerosos sectores de la ciudadanía, artos de ocurrencias descontroladas e imposibles proyectos visionarios, abocados al fracaso apenas propuestos. Entonces, ¿cómo se aguantaban? ¡Ah, sí, por la paga!