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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

La señora Esther

Esther acaba de alcanzar los 99 y solo puedo decir que tiene más energía que usted y yo juntos

La vida para ella ha sido todo menos fácil. De pequeña, su familia no nadaba en la abundancia. Bien jovencita se fue a servir a San Sebastián a casa de los padres de Jimmy Giménez-Arnau, a los que su memoria no ha perdido la pista. Retiene que Juan Antonio debió ser diplomático, periodista y, sí, acabó en los setenta de embajador en Portugal y en Italia retirándose al frente de la Escuela Diplomática con la democracia empezando a gatear, pero en los inicios dirigió Unidad e Hierro, fue fundador de Efe y tan amante de los totalitarismos el caballero que, tras el 39, anduvo de corresponsal para la agencia y Arriba en Roma y Berlín, naturalmente. En cuanto fue posible, aquella criatura regresó a casa, se desposó con un sugerente mozo del pueblo vecino, amasaron pan, criaron animales, labraron y, sobre jornadas propias de castigo divino, hicieron de su miseria un vergel. Como quien no quiere la cosa, la señora Esther acaba de alcanzar los 99 y solo puedo decir que tiene más energía que usted y yo juntos. Vive sola, está al cabo de la calle, no pierde ripio de la actualidad ni de Pasapalabra y es capaz de diseccionar al compás de los mejores analistas lo que nos cae encima y definir, por ejemplo, la cita grande del prucés como «esa votación a bulto». Se programa el día con un grado de rigor y provecho que, si algunos de los estamentos que nos circundan completaran apenas la mitad, otro gallo nos cantaría. Las horas previas a la celebración del aniversario las pasó preguntando si haría frío, porque es que no había forma que explosionara el otoño y no quería dejar de lucir el abrigo que se había comprado. Antes de salir de casa se paró ante el espejo junto a la puerta para darse los últimos toques y perfilar a su gusto el pañuelo... ¡a los 99 años!, camino del encuentro con hijos, nietos, biznieto y adheridos que, con arremolinarse junto a ella, tienen más que de sobra. Cuando traslado a personas ajenas que no solo quiero sino que admiro a esta mujer, no pueden evitar quedarse con la boca abierta. Claro, es mi suegra.

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